Nada más entrar comprendí que era un lugar especial que rezumaba pasado, bastó mirar sus paredes llenas de estanterías con libros antiguos que daban la sensación de cortinas viejas y ajadas por el paso de los años, como si hubieran sido tejidas a base de páginas amarillentas, letra por letra.
La
sala contigua, similar a la anterior, contaba con montones de cajas de diversos
tamaños que contenían láminas acordes a los mismos. En el centro, una mesa
enorme llena de montones de láminas, daba cuerpo a la estancia en la que
simplemente quedaban láminas enormes apoyadas dentro de unas tremendas
carpetas.
Revisaba
una a una todas las pertenencias de aquel librero obligado a echar el cierre en
estos tiempos en que nada es fácil, casi nada es gratis y prácticamente casi
todo prescindible si la necesidad así lo decide, cuando allá, como escondida de
la realidad, como tratando de huir del tiempo y la misma esencia de la cosas
estaba ella con sus lazos y su carita rosada. Apoyada sobre una mesa desvencijada
y mirándose al espejo tratando de escapar de su propia ausencia, haciendo gala
de un precioso pelo ondulado adornado de lazos enorme y mirando la quietud de
los días desde el precioso vestido de puntillas que tal vez un día estuvo de
moda y le hizo merecedora de algún piropo de sus mayores, tal vez de sus
padres, tal vez de no sé sabe que familiar cercano que en aquel día estaba de
visita o quizá en el acontecimiento familiar que mereció tales galas.
Nunca
sabré si el cariño que recibió fue suficiente, si alguna vez fue feliz y ni tan
siquiera si alguien supo acariciar su sencillez hasta el punto de hacerle sonreír
dejando de buscar en el espejo el origen
de su propia dulzura, tal vez soñando con un amor que jamás sabré si llegó a
sonreírle a lo largo de una vida de la que también su duración quedó para
engrosar la enorme duda de su misteriosa existencia.
Al
acercarme hacía ella me pareció verla sonreír como tratando de llamar mi
atención, pidiéndome con su tierna mirada y sus carita redonda que la sacara de
su jaula de eternidad, que la rescatara del olvido a que estaba llamada. Miré a
mi alrededor y la tomé en mis manos. Me dirigí al dueño de la librería y le
dije que la quería para mí. Él comprendió que se trataba de un flechazo y que
el amor no tiene edad y mucho menos precio, así que decidió darme permiso para
que me fuera con ella, para que la niña de los lazos y la mirada dulce viniera
conmigo. Así que tomé los dos retratos que conformaban aquella lámina y salí
con ella en mis brazos para siempre.
Zaragoza
08/11/2013
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