domingo, 10 de noviembre de 2013

La niña de la foto


Nada más entrar comprendí que era un lugar especial que rezumaba pasado, bastó mirar sus paredes llenas de estanterías con libros antiguos que daban la sensación de cortinas viejas y ajadas por el paso de los años, como si hubieran sido tejidas a base de páginas amarillentas,  letra por letra.

La sala contigua, similar a la anterior, contaba con montones de cajas de diversos tamaños que contenían láminas acordes a los mismos. En el centro, una mesa enorme llena de montones de láminas, daba cuerpo a la estancia en la que simplemente quedaban láminas enormes apoyadas dentro de unas tremendas carpetas.

Revisaba una a una todas las pertenencias de aquel librero obligado a echar el cierre en estos tiempos en que nada es fácil, casi nada es gratis y prácticamente casi todo prescindible si la necesidad así lo decide, cuando allá, como escondida de la realidad, como tratando de huir del tiempo y la misma esencia de la cosas estaba ella con sus lazos y su carita rosada. Apoyada sobre una mesa desvencijada y mirándose al espejo tratando de escapar de su propia ausencia, haciendo gala de un precioso pelo ondulado adornado de lazos enorme y mirando la quietud de los días desde el precioso vestido de puntillas que tal vez un día estuvo de moda y le hizo merecedora de algún piropo de sus mayores, tal vez de sus padres, tal vez de no sé sabe que familiar cercano que en aquel día estaba de visita o quizá en el acontecimiento familiar que mereció tales galas.
Nunca sabré si el cariño que recibió fue suficiente, si alguna vez fue feliz y ni tan siquiera si alguien supo acariciar su sencillez hasta el punto de hacerle sonreír dejando de  buscar en el espejo el origen de su propia dulzura, tal vez soñando con un amor que jamás sabré si llegó a sonreírle a lo largo de una vida de la que también su duración quedó para engrosar la enorme duda de su misteriosa existencia.

Al acercarme hacía ella me pareció verla sonreír como tratando de llamar mi atención, pidiéndome con su tierna mirada y sus carita redonda que la sacara de su jaula de eternidad, que la rescatara del olvido a que estaba llamada. Miré a mi alrededor y la tomé en mis manos. Me dirigí al dueño de la librería y le dije que la quería para mí. Él comprendió que se trataba de un flechazo y que el amor no tiene edad y mucho menos precio, así que decidió darme permiso para que me fuera con ella, para que la niña de los lazos y la mirada dulce viniera conmigo. Así que tomé los dos retratos que conformaban aquella lámina y salí con ella en mis brazos para siempre.

                                      Zaragoza 08/11/2013

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