lunes, 4 de noviembre de 2013

Al salir de clase

Al salir de clase, como casi todos que nos dedicamos a esta profesión, no puedo dejar de hablar de nuestro trabajo y aunque la mejor terapia es desconectar, es poco menos que imposible.  Así pues, cuando el amigo que me acompaña hacia el coche va a despedirse para dirigirse hacia su casa paseando, comienza una auténtica conversación, yo diría que hasta profunda y cualquiera que nos vea pensará que nos da mucha pena despedirnos, pero no es eso, es que la vena docente se hincha y parece que nos va la marcha porque a esa hora con el cansancio y sobre todo el hambre que llevamos…

Hace unos días hablábamos sobre el comportamiento de nuestros alumnos de los grupos de secundaria, especialmente de los dos primeros cursos. Yo le decía que cada día tengo más clara la sensación de que hay profesores que cada vez conocen menos a nuestro alumnado, como si después de muchos años estuvieran en un lento pero imparable proceso de desaprender, más que de saber mejor cómo son los chicos y chicas que tienen delante.

Me da la impresión de que hay docentes que sólo quieren adultitos, eso sí, de los formales, de los dóciles y poco críticos que dicen ese sí que quieren escuchar. Recuerdo que cuando yo tenía la edad de los adolecentes con los que me toca estar todos los días, yo también tenía ganas de dar mal, de hablar con el compañero, e incluso pasaba alguna que otra nota. Dejaré para otro momento alguna anécdota de aquellos años de lúgubres sotanas y pasillos vacíos y silenciosos. Para mí fueron aulas de silencio y miedo, de sentarse recto y no mirar hacia atrás, donde una palabra furtiva o una mirada al amigo podía costarte algún que otro coscorrón o bofetada, y si la cosa era algo más seria incluso varios días en casa. Eso sí, sin pamplinas de esas de reuniones con las familias, ni consejos escolares, ni nada parecido. Bastaba una llamada para decir a los padres que fueran a buscar a su hijo.

¿Es que queremos aquello en estos tiempos? Me temo que no, pero es cierto que hay gente que no sabe cómo mantener el orden en clase sin aquellas técnicas ancestrales que pasaron ante nuestros ojos y luego no han tenido la ocasión o no han querido formarse al respecto. Una vez más reivindico el cariño y la cercanía, el mirar a los alumnos en función de su edad, no de la nuestra, de su revolucionada edad y no de nuestra comodidad. Sé que es complicado y que cuesta y que todos los días no son como esa balsa de aceite que a todos nos gustaría que fuera nuestra vida en el aula, pero es el camino, el único camino.

Mi gran amigo y compañero siempre me dice lo mismo para rebatir parte de mi teoría, y estoy de acuerdo con él cuando insiste en que los alumnos deben cumplir uno mínimos, pero a pesar de pensar que tiene razón me asaltan mil dudas al respecto al preguntarme ¿quién debe decidirlos? ¿se referirá a los valores mínimos para una buena convivencia? No sé, me genera muchas dudas todo esto ¿qué mínimos? los tuyos, los míos, los… vete tú a saber.

Zaragoza 4/11/2013

2 comentarios:

  1. Los adolescentes no desaprenden, solo se resisten a entrar al sistema cuadrado de la educación, con normas y morales que implican olvidarse de ellos mismos... Los chicos de 13, 14, 15 o más son chicos muy rebeldes, son chicos de la generación del copia y pega... quieren ser auténticos y únicos y sin embargo siempre terminan siguiendo a alguna tribu urbana que sea poco concurrida... Estos chicos tienen algo a favor, despiertan a nuevos retos, pero se resisten a que le impongas algo, se resisten a obedecer... Son tremenda-mente solidarios... Nosotros, los adultos, tenemos que procurar no trasmitirle nuestros miedos y frustraciones, ya que a su edad así como se resisten a la autoridad son verdaderos imanes para lo negativo.

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  2. Cuando decía "desaprenden" me refería a profesores que parecen olvidar por qué llegaron a esta profesión. En cuanto a lo demás, como siempre, de acuerdo en tus apreciaciones donde realmente defines cómo son los adolescentes de hoy.

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