En estos tiempos
depresivos de crisis y pesadumbre, prácticamente todo el mundo habla de lo
mismo, temas recurrentes que lejos de ayudarnos a ser felices, suponiendo que
las circunstancias lo permitan, que tampoco está la cosa para tirar cohetes, nos
dejan mal, tirados a un lado del camino que lleva a mejorar nuestra existencia
con el corazón encogido y tiritando de mortecina pasividad anulando cualquier
vestigio de alimentar el espíritu y revivir nuestro ya casi agotado ánimo. Lo
raro y extraño en situaciones de esta índole es encontrar gente alegre, que la
hay o personas animosas que te ayuden a seguir adelante, que también las debe de
haber.
Cuando
uno contempla su grupo de alumnos, esos que parecen no escucharte, que siempre
están dispuestos a berrear y a saltar por encima de mesas y sillas si su cuerpo
se lo pide y la ausencia del profesor lo permite, tiene la sensación de que esa
guerra no va con ellos y la inconsciencia de la edad, de esa adolescencia
efervescente e incandescente no permite que se den cuenta de que son parte de
esa sociedad que ha de seguir funcionando cuando nosotros nos quedemos atrás,
con el paso cansado y la edad no nos permita ya tirar más del carro, al menos
con la fuerza que siempre lo hemos hecho.
Yo
siempre tengo la pena de quedarme con la duda de no saber si he llegado a
comunicar con la claridad que necesitan la importancia de aprovechar la
oportunidad que les está brindando la vida aquí y ahora, no mañana ni dentro de
vete tú a saber cuándo. A veces me gustaría poder entrar en el túnel del
tiempo, sí aquél de una serie que había cuando yo era pequeño y por el que se
podía ir en un sentido o en otro. En ese caso trataría de ver dónde debí
aprender las artes comunicativas que hoy me faltan para llegar a sus cerebros,
porque a sus corazones tengo claro que llego.
Todo
esto viene porque hoy me han contado algo que me ha hecho pensar que un punto
de locura sea tal vez la chispa que me falta para conseguir ese objetivo tan
necesario para ellos, ya que no puedo enseñarles por un agujerico su futuro
como a veces les comento que me gustaría hacer. Un joven, con problemas de salud mental, lleva días repartiendo todo
lo bueno que encuentra a su alcance, tal vez al alcance de su no sé si
maltrecho cerebro o cuerdo corazón. Parece ser que no quiere que a la gente le
falten cosas buenas con las que ser feliz. Estos días va por la planta
repartiendo arco iris a todo el que se encuentra, y aún le deben de quedar un
montón porque no para de darlos a diestro y siniestro. ¿Le quedará algún rayo
de esperanza para estos jóvenes que cada día lo tienen más complicado? Tal vez
mientras llega el reparto deban seguir pensando en la formación y el apoyo de
cuantos les queremos y tratamos de lanzarlos a un futuro cada vez más incierto
en las mejores condiciones posibles.
Zaragoza 14/10/2013
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