Estaba
apoyada en el banco, sentada sobre una de sus piernas, la derecha, mientras la
otra colgaba en el aire porque apenas llegaba al suelo. Frente a ella él,
sentado de medio lado de mala manera e inclinado hacia adelante señalando con
su dedo haciendo indicaciones en un tono poco amigable. “Y eso… ¿no lo puedes
hacer igual que esto?” decía señalando un cuaderno que parecía ser el de
matemáticas. “Pues lo borras” añadía con gesto adusto y frunciendo el
entrecejo.
Ella
no tendría más de ocho o nueve años, él parecía ser el padre. Ambos esperaban
que llegara la hora de entrar en la academia de inglés que había enfrente. La
niña trataba de hacer los deberes pero no atinaba con las prisas, el genio y la
postura y el banco como mesa improvisada tampoco ayudaban mucho. El padre la
atosigaba porque veía que llegaba la hora de entrar y no había terminado, y pensaba
también en la de salir porque sacaría además otros deberes. Al lado, como una
losa, para que la ocasión fuera inamovible, una mochila abarrotada de libros
sujetaba a la niña a la situación como un ancla en el mar de su desasosiego.
Al
ver esta escena, al pasar junto a ellos, mirando a la cara de ella triste y a
la de él huraño por las urgencias, me vino a la cabeza la idea de siempre. Las
actividades extraescolares son para que los niños aprendan cosas nuevas y
disfruten de ellas. Seguramente sería más deseable que no estuvieran
relacionadas con temas curriculares, pero las circunstancias en cada persona
son distintas, desde quien las realiza por necesidad hasta quien las disfruta,
pasando por el que es obligado a hacerlas e incluso otros que las utilizan como
aparcamiento de niños tras la guardería que es para ellos el colegio.
Este
tipo de actividades está muy bien, se mire desde donde se mire y en todas sus
posibles versiones, inglés e idiomas en general, música, teatro, deportes y así
hasta el infinito y más allá como diría Buzz Lightyear, el muñequito de Toy Story,
pero debemos medir siempre las fuerzas del niño, su interés y sobre todo su
tiempo, un maravilloso tiempo que debe usar para muchas cosas, pero sobre todo
para jugar que es su oficio como niño, además de estudiar en sus horas
escolares, en esas en que engulle contenidos, muchas veces sin más miramientos
que intentar aprender cómo vomitarlos más tarde sobre un papel casi en blanco
llamado examen o control.
No
nos olvidemos que son niños, nuestros hijos, esos seres diminutos que cuando
quieres acariciarlos te das cuenta que han crecido ya demasiado y casi no se
dejan o tienen que salir apresurados hacia el trabajo o porque hay otra persona
de la que se han enamorado y ha ocupado un lugar tan grande en su corazón como
el que tú tenías antes. Disfrutad de vuestros retoños hoy que podéis y ayudadles
a crecer y a divertirse, pero sobre todo valorad su tiempo y el vuestro y tal
vez descubráis que la mejor actividad extraescolar es estar a su lado.
Javier Lozano - 10 - Octubre - 2013
Javier Lozano - 10 - Octubre - 2013
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