He mirado a sus ojos una vez más. A través de ellos, en su brillo
adolescente, en su mirar inquieto intento descubrir la llave, la esencia de
unas formas, la clave de una actitud comprensivamente incomprensible. Cada día,
al cruzar nuestras vidas, constato por enésima vez la falta de cariño, un
cariño dormido desde la cuna en presurosos amaneceres que desembocan más tarde
en vertiginosos días de voraz trabajo, si se tiene, mal pagado, en
indescriptibles laberintos vitales, que llegan a desequilibrar cualquier vida,
a bloquear sentimientos, a alterar conciencias.
Tras esas caras, unas veces inocentes, otras desmesuradamente
reprochantes, se esconde por lo general una vida incómoda, con abundantes
necesidades, no materiales en la mayoría de los casos, sino afectivas,
sentimentales, en definitiva existenciales. No conocen el diálogo que emana del
amor, ni el respeto al prójimo que concede el vivir en armonía rodeados de un
ambiente de respeto a ellos mismos como seres humanos, como niños, como hijos.
Viven de rebote en una sociedad de rebotados. Esta sociedad deshumanizada no
les ofrece el lugar que les correspondería en justicia como a cualquier ser
humano. Tal vez el exceso de desplazados de todas las edades, hace que los
niños no sean un caso único y por lo tanto se complica su ubicación. Las
fuerzas sociales se dispersan y disipan quedando al descubierto la parte más
débil e importante de una sociedad, de nuestra sociedad, la que van a tener que
seguir construyendo nuestros hijos.
Cada uno en nuestra medida hemos de luchar con todas nuestras fuerzas,
hemos de combatir la falta de amor y cariño, la desigualdad y la desilusión.
Debemos para ello usar el arma más sencilla que fue puesta en nuestras manos al
nacer y que poco a poco vamos arrinconando. No es otra que la naturalidad, la
ternura, la sensibilidad. Si nuestro corazón late al ritmo de nuestros deseos y
nuestro cerebro dirige nuestros actos con presteza, vamos por el buen camino,
tan sólo falta que nuestros chavales, nuestros jóvenes se quiten el escudo
protector que esta sociedad, que su situación familiar les ha obligado a
ponerse y que nosotros seamos capaces de mostrarnos ante ellos sin careta y que
ellos así lo vean. Seguramente a partir de ese momento comenzaremos a ir mejor.
Habremos ganado la primera batalla para mejorar su educación.
Javier
1/02/96
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