La
luz del atardecer le daba al contraste entre el mar y el cielo un aspecto
sobrio, definido, espectacularmente delimitado. Sólo un pequeño velero con su
palo desnudo parecía seguir dibujando la línea allá a lo lejos.
Tras
mi vista, he tratado de enviar mis sueños, los que me transportan al otro lado,
a la otra orilla, a otra posible vida, a una existencia distinta lejos donde
transformar miedos y angustias en sosiego y alegría.
He
intentado atravesar también la línea con mis sentimientos, todos aquellos que
me rodean, pero cuesta más transportarlos, algunos pesan demasiado como para
trasplantarlos a esa nueva vida.
El
problema más difícil de solucionar es como cruzar el umbral con miedos e
ilusiones, porque tanto unos como otras suelen ir unidos en cierto modo. Tal
vez las ilusiones vayan haciendo desaparecer los miedos poco a poco, pero para
eso es necesario unir aquellas a los sueños.
Cuando
el velero parecía ir finalizando su tarea, un niño chapoteando en la orilla me
ha hecho volver a mi realidad y he pensado en mi destino, en el destino en
general y en la felicidad, en mi felicidad en particular. Ya sé, hay mucha
gente que opina que nuestro destino lo construimos nosotros mismos, al igual
que nuestra propia felicidad. No sé, tal vez tenga algo de verdad lo primero
pero lo segundo no lo tengo tan claro. La vida, nuestra vida, inmersa en una
sociedad llena de incertidumbre, de infinitos factores que pueden dar un giro a
nuestra existencia en cuestión de segundos, es tan amplia y tan inestable como el
inmenso mar que bañaba mis pies mientras yo lanzaba mis pensamientos más allá
de la línea del horizonte. Demasiada agua para una sola vida.
Cambrils (Tarragona)
31/07/2013
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