jueves, 15 de agosto de 2013

La línea del horizonte

Esta tarde en la playa, en la orilla, me he fijado en el ir y venir de las olas, en esas pequeñas nubes de arena que hacen y deshacen sin parar y, siguiendo su vaivén, he ido adentrando la mirada hasta llegar a fijar mi vista el horizonte.

La luz del atardecer le daba al contraste entre el mar y el cielo un aspecto sobrio, definido, espectacularmente delimitado. Sólo un pequeño velero con su palo desnudo parecía seguir dibujando la línea allá a lo lejos.

Tras mi vista, he tratado de enviar mis sueños, los que me transportan al otro lado, a la otra orilla, a otra posible vida, a una existencia distinta lejos donde transformar miedos y angustias en sosiego y alegría.

He intentado atravesar también la línea con mis sentimientos, todos aquellos que me rodean, pero cuesta más transportarlos, algunos pesan demasiado como para trasplantarlos a esa nueva vida.

El problema más difícil de solucionar es como cruzar el umbral con miedos e ilusiones, porque tanto unos como otras suelen ir unidos en cierto modo. Tal vez las ilusiones vayan haciendo desaparecer los miedos poco a poco, pero para eso es necesario unir aquellas a los sueños.

Cuando el velero parecía ir finalizando su tarea, un niño chapoteando en la orilla me ha hecho volver a mi realidad y he pensado en mi destino, en el destino en general y en la felicidad, en mi felicidad en particular. Ya sé, hay mucha gente que opina que nuestro destino lo construimos nosotros mismos, al igual que nuestra propia felicidad. No sé, tal vez tenga algo de verdad lo primero pero lo segundo no lo tengo tan claro. La vida, nuestra vida, inmersa en una sociedad llena de incertidumbre, de infinitos factores que pueden dar un giro a nuestra existencia en cuestión de segundos, es tan amplia y tan inestable como el inmenso mar que bañaba mis pies mientras yo lanzaba mis pensamientos más allá de la línea del horizonte. Demasiada agua para una sola vida.

Cambrils (Tarragona) 
31/07/2013

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