martes, 23 de julio de 2013

Mi cajita de las sonrisas

Desde que he leído esta mañana una publicación de mi hija no hago más que pensar en mi cajita de las sonrisas. Ella hablaba de “aquella cajita en la que almacenaba sonrisas que había ido coleccionando a lo largo del tiempo, y que me resultaban útiles aquellos días en los que mi ánimo era insuficiente para afrontar el sonido del despertador “.  Yo puedo asegurar que tenía muchas de esas sonrisas pero no solo para ese momento, sino para todo el día y me gustaba ir repartiéndolas a mi paso. Recuerdo que aunque las guardaba en casa en pequeñas cajitas como ella, cuando salía a la calle las solía llevar casi siempre sueltas por los bolsillos y la iba soltando a puñados. Tenía tantas… y me gustaba repartirlas. Todavía recuerdo cuando en mi adolescencia toda mi pandilla, chicos y chicas, esperaba que yo llegara y empezara a echarlas al aire.

Hoy, al recordar aquello, he empezado a rebuscar primero en mi mesilla de noche, por si también como ella las guardaba allí, pero nada, ni rastro. Desde ese momento he realizado lo que todos hacemos cuando perdemos algo que nos importa de verdad. ¿Cuándo fue la última vez que la vi?  Desde esa adolescencia ha pasado ya mucho tiempo y recuerdo haber tenido sonrisas a mano. Avanzo y recuerdo momentos posteriores y también estaban junto a mí, pero no consigo saber cuando desaparecen y menos al motivo de esa terrible pérdida. A pesar de recordar momentos amargos donde no las utilicé, recuerdo otros puntuales donde no me costó encontrarlas, pero no con continuidad. La verdad es que ¡vaya cabeza! No sé dónde narices la pude dejar olvidada.

En cuanto al motivo, ni idea. Siempre he creído que si regalas sonrisas a quien las necesita, en vez de acabarse, crecen como por encanto muchas más. Así que por pensar en hacer feliz a la gente que me rodea o que conozco en las distintas facetas de mi vida no puede ser. Otras veces piensas en los amigos a los que no ves o llamas cuando debes, entre otras cosas porque la vida nos va arrastrando a una velocidad de vértigo, pero cuando contactas con ellos compruebas que tampoco y la gente que se va de tu vida sin avisar, no creo que se las hayan llevado. Y mis alumnos… esos seguro que no, aunque suelen hacerme rabiar de vez en cuando, ya que a su edad es lo más normal, confío plenamente en ellos y son en realidad los que más de las suyas me dan cada día.  No sé, estoy hecho un lío.

No sé, tengo que encontrar la máquina que tenía de pequeño con la que fabricaba mis sonrisas, no tiene que andar lejos. Tal vez haya que calibrarla y hasta engrasarla. Bueno, voy a seguir buscando que no puede andar muy lejos. Ahora que pienso, seguro que la encuentro un día de estos pero… ¿dónde guardé el manual?

Javier Lozano

    23/07/13

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