Desde
que he leído esta mañana una publicación de mi hija no hago más que pensar en
mi cajita de las sonrisas. Ella hablaba de “aquella
cajita en la que almacenaba sonrisas que había ido coleccionando a lo largo del
tiempo, y que me resultaban útiles aquellos días en los que mi ánimo era
insuficiente para afrontar el sonido del despertador “. Yo puedo asegurar que tenía muchas de esas
sonrisas pero no solo para ese momento, sino para todo el día y me gustaba ir
repartiéndolas a mi paso. Recuerdo que aunque las guardaba en casa en pequeñas
cajitas como ella, cuando salía a la calle las solía llevar casi siempre
sueltas por los bolsillos y la iba soltando a puñados. Tenía tantas… y me
gustaba repartirlas. Todavía recuerdo cuando en mi adolescencia toda mi
pandilla, chicos y chicas, esperaba que yo llegara y empezara a echarlas al
aire.
Hoy,
al recordar aquello, he empezado a rebuscar primero en mi mesilla de noche, por
si también como ella las guardaba allí, pero nada, ni rastro. Desde ese momento
he realizado lo que todos hacemos cuando perdemos algo que nos importa de
verdad. ¿Cuándo fue la última vez que la vi?
Desde esa adolescencia ha pasado ya mucho tiempo y recuerdo haber tenido
sonrisas a mano. Avanzo y recuerdo momentos posteriores y también estaban junto
a mí, pero no consigo saber cuando desaparecen y menos al motivo de esa
terrible pérdida. A pesar de recordar momentos amargos donde no las utilicé,
recuerdo otros puntuales donde no me costó encontrarlas, pero no con continuidad.
La verdad es que ¡vaya cabeza! No sé dónde narices la pude dejar olvidada.
En
cuanto al motivo, ni idea. Siempre he creído que si regalas sonrisas a quien
las necesita, en vez de acabarse, crecen como por encanto muchas más. Así que
por pensar en hacer feliz a la gente que me rodea o que conozco en las
distintas facetas de mi vida no puede ser. Otras veces piensas en los amigos a
los que no ves o llamas cuando debes, entre otras cosas porque la vida nos va
arrastrando a una velocidad de vértigo, pero cuando contactas con ellos
compruebas que tampoco y la gente que se va de tu vida sin avisar, no creo que
se las hayan llevado. Y mis alumnos… esos seguro que no, aunque suelen hacerme
rabiar de vez en cuando, ya que a su edad es lo más normal, confío plenamente
en ellos y son en realidad los que más de las suyas me dan cada día. No sé, estoy hecho un lío.
No
sé, tengo que encontrar la máquina que tenía de pequeño con la que fabricaba
mis sonrisas, no tiene que andar lejos. Tal vez haya que calibrarla y hasta
engrasarla. Bueno, voy a seguir buscando que no puede andar muy lejos. Ahora
que pienso, seguro que la encuentro un día de estos pero… ¿dónde guardé el
manual?
Javier
Lozano
23/07/13
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