jueves, 25 de abril de 2013

Decidir en el aula


Todos tenemos en nuestra vida una serie de dudas que casi podríamos calificar de existenciales por su importancia en nuestro devenir diario y por las consecuencias que muchas veces acarrean al actuar en uno u otro sentido. Hasta aquí todo perfecto, pues cada uno es dueño y señor de su propia vida y sus acciones. El problema surge cuando con nuestras decisiones diarias involucramos a otras personas y la situación se agrava cuando los afectados son nuestros alumnos. Sí, esos seres diminutos que pueblan nuestras aulas y que tan pronto pisotean, sin mala intención, nuestras neuronas que pensábamos tener a prueba de bombas, como nos arrancan esa sonrisa que hace tiempo que necesitábamos como el respirar, eso sí, esto suelen hacerlo con toda intención.

Me preocupa y mucho cómo suelen enfrentarse en el aula situaciones que redundan en el posterior funcionamiento del alumno y  del grupo en que ocurren. Los alumnos, por su edad casi siempre y por sus propias características personales muchas veces, suelen ser impulsivos e irreflexivos,  siendo capaces de darse cuenta posteriormente del error cometido y de la situación que han creado. Sin querer dar lecciones a nadie, pues todos metemos la pata, y seguramente yo más que nadie, querría reflexionar sobre algunas actuaciones que suelen ser habituales en algunos momentos y que en mi humilde opinión dejan al descubierto algunas de nuestras carencias y que pueden influir en nuestro entorno del aula.

Todavía recuerdo con angustia aquellas hojas llenas de frases absurdas y repetitivas, copiadas un número redondo de veces, siempre diez, cincuenta, cien, e incluso más, que se multiplicaban por dos o tres con toda facilidad por aquello que llamaban replicar o rechistar, cuando a veces sólo pretendías una explicación. Mi sorpresa es que últimamente estoy viendo proliferar esa sofisticada técnica, como las margaritas en primavera, y que yo creía que había dejado atrás, como mucho allá por mi época adolescente que dónde estará ya.

También me inquieta ver alumnos por los pasillos en horas de clase. Nunca me canso de decir que a mí me pagan para que eduque y enseñe a mis alumnos dentro del aula. Tal vez sea una buena medida echar a los que cuestionan todo y piden a gritos que les haga caso llamando la atención, porque si me quito a los cuatro o cinco que alteran mi clase me quedaré más tranquilo y así podré dedicarme al resto. Igual fue este hecho el precursor de la enseñanza a distancia, nunca lo había pensado.

Para terminar, me preocupa el ahogar posibilidades de solución a un conflicto cerrando al alumno la salida, aumentando así exponencialmente las probabilidades de enquistamiento del mismo en los casos más leves, y de explosión en otros de mayor gravedad. El primer caso es aquél en el que se quiere que un alumno que ha actuado incorrectamente a escondidas, dé la cara en público porque si no se va a castigar a todos. A partir de ese momento se da una situación vivida de manera muy distinta por cada alumno, según su carácter, en la que reina el silencio como en las películas del oeste (sólo falta la música de Ennio Morricone). Al final casi nunca sale y el requiebro que ha de hacer el profesor es espectacular para salir del apuro en el que él solo se ha metido. La otra situación es aquella en que un alumno comete una falta al contestar mal al profesor y es expulsado. Por lo general suele ser una huida hacia adelante ante su falta de habilidades sociales, pero una vez que ha pasado “a lo hecho pecho”. Está claro que debe aprender y debe disculparse ante el profesor como principio de resolución del problema que él mismo ha creado pero ¿es necesario obligarle a que sea públicamente? ¿tiene algún sentido esa humillación por muy responsable que sea? Yo creo que no. Si se produce en privado es más fácil aprovechar ese momento para reconducir la situación.

No es que situaciones buenas no se den en el aula, que se dan y muchas por gran parte del profesorado, pero si consiguiéramos pulir estas pequeñas cosillas y nos acercáramos más a esos alumnos, entenderíamos muchas de las salidas de tono que tienen y desde las que nos están extendiendo una mano que no sabemos ver. ¡Y la tenemos ante nuestros ojos!

Javier
25/04/2013

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