
Me
preocupa y mucho cómo suelen enfrentarse en el aula situaciones que redundan en
el posterior funcionamiento del alumno y del grupo en que ocurren. Los alumnos, por su
edad casi siempre y por sus propias características personales muchas veces,
suelen ser impulsivos e irreflexivos, siendo capaces de darse cuenta posteriormente
del error cometido y de la situación que han creado. Sin querer dar lecciones a
nadie, pues todos metemos la pata, y seguramente yo más que nadie, querría
reflexionar sobre algunas actuaciones que suelen ser habituales en algunos
momentos y que en mi humilde opinión dejan al descubierto algunas de nuestras
carencias y que pueden influir en nuestro entorno del aula.
Todavía
recuerdo con angustia aquellas hojas llenas de frases absurdas y repetitivas,
copiadas un número redondo de veces, siempre diez, cincuenta, cien, e incluso
más, que se multiplicaban por dos o tres con toda facilidad por aquello que
llamaban replicar o rechistar, cuando a veces sólo pretendías una explicación.
Mi sorpresa es que últimamente estoy viendo proliferar esa sofisticada técnica,
como las margaritas en primavera, y que yo creía que había dejado atrás, como
mucho allá por mi época adolescente que dónde estará ya.
También
me inquieta ver alumnos por los pasillos en horas de clase. Nunca me canso de
decir que a mí me pagan para que eduque y enseñe a mis alumnos dentro del aula.
Tal vez sea una buena medida echar a los que cuestionan todo y piden a gritos que
les haga caso llamando la atención, porque si me quito a los cuatro o cinco que
alteran mi clase me quedaré más tranquilo y así podré dedicarme al resto. Igual
fue este hecho el precursor de la enseñanza a distancia, nunca lo había
pensado.
Para
terminar, me preocupa el ahogar posibilidades de solución a un conflicto
cerrando al alumno la salida, aumentando así exponencialmente las
probabilidades de enquistamiento del mismo en los casos más leves, y de
explosión en otros de mayor gravedad. El primer caso es aquél en el que se
quiere que un alumno que ha actuado incorrectamente a escondidas, dé la cara en
público porque si no se va a castigar a todos. A partir de ese momento se da
una situación vivida de manera muy distinta por cada alumno, según su carácter,
en la que reina el silencio como en las películas del oeste (sólo falta la
música de Ennio Morricone). Al final casi nunca sale y el requiebro que ha de
hacer el profesor es espectacular para salir del apuro en el que él solo se ha
metido. La otra situación es aquella en que un alumno comete una falta al
contestar mal al profesor y es expulsado. Por lo general suele ser una huida
hacia adelante ante su falta de habilidades sociales, pero una vez que ha
pasado “a lo hecho pecho”. Está claro que debe aprender y debe disculparse ante
el profesor como principio de resolución del problema que él mismo ha creado
pero ¿es necesario obligarle a que sea públicamente? ¿tiene algún sentido esa
humillación por muy responsable que sea? Yo creo que no. Si se produce en
privado es más fácil aprovechar ese momento para reconducir la situación.
No
es que situaciones buenas no se den en el aula, que se dan y muchas por gran
parte del profesorado, pero si consiguiéramos pulir estas pequeñas cosillas y
nos acercáramos más a esos alumnos, entenderíamos muchas de las salidas de tono
que tienen y desde las que nos están extendiendo una mano que no sabemos ver.
¡Y la tenemos ante nuestros ojos!
Javier
25/04/2013
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