La
vida recobra su sentido en cada momento, a cada instante. Cada latido que da
nuestro corazón es un pasito adelante, un lanzarse a un abismo incontrolado,
desconocido, inimaginable... nuestro futuro.
Cada acto de la existencia es como un recodo en el camino
de nuestra vida. ¿Qué habrá al doblar la esquina? ¿qué o quién se esconderá al
otro lado? La alegría, la ansiedad, la tristeza, el amor... todos ellos pueden
esperar y suelen ser fieles compañeros de viaje, aunque juguetones, van y vienen
a su antojo y nos sorprenden cuando menos lo esperamos.
No vivir la vida, esconder nuestros sentimientos a los
demás, es como negarnos a regar la flor del destino. El aire que respiramos
tiene siempre un aroma especial, el que recuerda las pulsaciones del corazón,
el vibrar de nuestro pecho ante el inevitable cupido que a todos acompaña
siempre.
Cuando el amor que anida en nuestro corazón asoma por
nuestros ojos, la vida se ve de otra manera, los colores son más vivos, los
sonidos de una canción son más aterciopelados, y hasta parece que los
pajarillos hayan afinado sus voces, ganando en ritmo y dulzura.
La vida, siempre llena de sorpresas, nos prepara un amor
hoy, algo inesperado, nunca sabremos su duración, su intensidad. Tal vez tenga
un sabor especial por las circunstancias de la vida. Sólo se es adolescente una
vez y, tal vez, hoy sea mañana y debería haber sido ayer, nunca el reloj bailó
tan extraño, ni perdió el tiempo tanto su sentido, ni el espacio se tornó tan
amplio y tan urgente.
Hoy, cuando brille la luna, junto a ella, millones de
estrellas revolotearán, alegrarán su envolvente oscuridad. Una de ellas será la
mía y yo sé cuál es. Brilla y reluce como ninguna, se nota en ella el calor del
amor, su incandescencia eterna.
Javier
3/12/99
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