lunes, 1 de abril de 2013

La participación de la familia en el proceso educativo


Seguimos avanzando en el tiempo, que como siempre vuela, y vamos día a día constatando problemas de siempre con un sabor demasiado añejo debido a nuestra incapacidad como docentes para solucionarlos definitivamente, seguramente porque su definitiva solución se halle en la más bella utopía humana.

Volvemos a encontrarnos otra vez más con los fantasmas del pasado, esos de sábana amarillenta que habitan nuestras aulas desde tiempos inmemoriales, desde que la enseñanza es enseñanza y desde los que seguimos luchando por formar integralmente a esos jóvenes que son confiados a nosotros. Son problemas que están ahí y los conocemos todos, académicos y personales: Absentismo, falta de motivación, de respeto al compañero, ausencia o desconocimiento de valores elementales, en definitiva, falta de interés por todo aquello que no esté al alcance de su mano, en su radio de acción.

Seguramente no nos falte razón si decimos que a todos, a esta edad, nos pasó algo parecido, que son jóvenes, a veces unos críos, pero eso no puede ni debe ser nunca excusa para que dejemos hacer al destino y la educación de nuestros alumnos se convierta en una simple transmisión de contenidos y poco más.
        
Nuestra labor como tutores, nuestro trabajo incansable e interminable como tales es innegable, pero en multitud de momentos y casos nos sentimos desasistidos, sentimos el desaliento porque echamos en falta un pilar muy importante para que nuestra labor dé el fruto deseado, para que nuestros alumnos sean lo que nosotros pretendemos. En estos momentos en los que todos los movimientos pedagógicos, autores e incluso las leyes se mueven en paradigmas pluralistas y comunitarios, en los que la contextualización de los centros y los currículas en ellos creados son la base de todo el proceso enseñanza-aprendizaje, nos falta la colaboración de las familias.

Nosotros debemos partir de una premisa clave para nuestro trabajo que es, en palabras de Petitt ya hace casi veinte años, la inutilidad de tratar al alumno aisladamente de su familia y entorno. Por todo esto debemos seguir intentando implicar a las familias, cada día más, en el proceso formativo de sus hijos, a los que tanto quieren, pero a los que no se dan cuenta que tienen que ayudar acercándose a nosotros.

Quería con estas reflexiones acercarme a ti tutor, que luchas codo a codo con tu Equipo Educativo sin desmayo, para que sigas en la brecha porque aunque ninguno de nosotros tiene la solución definitiva, entre todos podemos poco a poco ir descubriendo pautas y estrategias que nos acerquen a su consecución. ¡Estos padres…!


                                                  Fco. Javier Lozano
                                                              Noviembre 1998

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