Hoy
que todo parece más parado que nunca con esta pandemia, esta pesadilla que nos
ha cambiado muchas cosas a todos, desde las laborales a las afectivas, desde
las más cotidianas a las más excepcionales, al echar la vista atrás te das
cuenta de que la locución latina tempus fugit no la frena ni este maldito
virus, así que el tiempo vuela como volaba antes de esto.
Este sábado por la tarde hizo un año ya que estábamos juntos abarrotando el salón de actos
de la Biblioteca de Aragón de Dr. Cerrada de Zaragoza. Eso ahora mismo sería inviable.
El recuerdo de aquella tarde será siempre algo muy especial, imborrable, como
lo son las imágenes que tuvieron lugar en el Pabellón de Moros, cuando la gente
de allí tuvo conocimiento de su existencia, allá en mi querido pueblo de la
Comarca de Calatayud donde se desarrolla la novela a principios del siglo XX.
Quiero
simplemente tener este sencillo y emotivo recuerdo en agradecimiento a las
personas de todos los lugares, no solo de Moros o Zaragoza, que me acompañaron
aquel bonito día y a todas las que desde otros muchos lugares (el libro ha
llegado hasta Australia) me han hecho sentir momentos muy agradables y llenos
de felicidad al hablarme de cómo les ha llegado a emocionar la novela por sus
recuerdos, de nuestro pueblo o de cualquier otro, porque en esencia las
vivencias que hemos tenido desde niños son muy parecidas en cualquiera de ellos,
solo cambian los lugares y los nombres de los personajes.
Muchas
gracias a todos que hicieron posible ese maravilloso día, además de amigos,
familia y demás asistentes. Me refiero al escritor Severino Pallaruelo que hizo
un magnífico prólogo, a Chema Alejandre, como voluntario representante del
pueblo, por subir a contar sus entrañables recuerdos de mi historia por sus
calles, a Manuel Santos por su especial e irrepetible presentación, a Alberto
Alejandre por su bonita canción en directo con su guitarra, a Luis Rabanaque
por su vídeo de recuerdo, a algunos alumnos y alumnas de la actualidad y de mi
primer colegio… e incluso aquel señor mayor desconocido que surgió del público
y nos hizo sonreír a todos alabando al escritor y a la gran cantidad de gente
que allí estábamos (al final se acercó a despedirse mientras firmaba libros y
me regalo un puñadico de caramelos de menta). En definitiva, a todo el mundo
que, en persona o desde su ausencia con su recuerdo e intención, me arropó ese
día.
Muchas
gracias a todos
Javier
Lozano, 31 - mayo - 2020
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