viernes, 23 de octubre de 2015

Pestañeando al silencio


Ayer tuvimos el simulacro de incendio que todos los años se lleva a cabo en mi centro. Solo espero que nunca tengamos que evacuar el colegio de verdad para descubrir que la cosa, esa especie de estampida de las clases, no es tan divertida como parece. Es como si alguien hubiera dicho que el que quiera puede abandonar el aula para siempre. ¡Qué risas! ¡qué prisas! ¡qué alegría!

Cuando ya los más de mil ocupantes estábamos juntos en el recreo y sus accesos salvados del inexistente fuego, pero a punto de coger un buen catarro a pesar de estar como piojos en costura, ha llegado el momento de juntarse los amigos y echar unas risas. Mientras esperábamos que se dijera que todo muy bien y que había durado unos pocos minutos y algún que otro segundo, la megafonía ha fallado y nos han ido pasando la voz de que la fiesta había terminado y ¡hala! todos a clase de nuevo.

Esos instantes me han servido para descubrir hasta qué punto nuestros jóvenes son incipientes investigadores, capaces de idear cualquier cosa para hacer comprobaciones sobre nuestra propia naturaleza que a nadie más que a ellos se le pasa por la cabeza, a ellas en este caso, y siempre bajo la condición de ser dos o más, por aquello de que lo que no se le ocurre a una se le ocurre a la otra.

Se me han acercado cuatro de mis chicas para contarme lo que les ocurrió hace unos días a nueve, de las diez que tengo en mi grupo, la otra estaba enferma que si no se apunta seguro, donde como en un posible incendio también corrieron un cierto peligro, esta vez en el vestuario del polideportivo. Les he preguntado por los hechos y me lo han contado con una sonrisa de oreja a oreja.

La profesora de educación física las dejó encerradas durante al menos diez minutos. ¿Y eso? ¿Por qué al oír la llave no dijeron nada? Sencillamente no se enteraron porque estaban en medio de un experimento de lo más curioso, ya que querían comprobar algo que les llamaba la atención poderosamente. ¿Y qué era? Intentaban saber si las pestañas al cerrarse hacen ruido. Lo mejor para salir de dudas era experimentarlo y allí las nueve, dale que te pego, con los cinco sentidos a pleno rendimiento, abriendo y cerrando los ojos a la vez tratando de escuchar el sonido producido. Parece ser que decidieron aguantar un rato en silencio hasta darse cuenta de que estaban encerradas y solas. ¿Os imagináis la situación? Nueve adolescentes de entre trece y catorce años pestañeando al unísono sin parar y tratando de romper el silencio a golpe de pestañas. ¡Increíble!

La solución tendrá que esperar porque ante la tesitura decidieron dejar la experimentación al comprobar que su libertad era más importante en ese momento. Como pudieron salieron por otro lugar hasta llegar a respirar el aire del patio de recreo y pestañeando, esta vez para descubrir la luz del día. ¡Qué rabia! Nos quedamos sin saberlo hasta un nuevo intento. Seguiré informando si se produce alguna novedad. Lo que no hagan estas encantadoras personillas…

                                   Javier Lozano 23 – Octubre -2015

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