
Cuando
ya los más de mil ocupantes estábamos juntos en el recreo y sus accesos
salvados del inexistente fuego, pero a punto de coger un buen catarro a pesar
de estar como piojos en costura, ha llegado el momento de juntarse los amigos y
echar unas risas. Mientras esperábamos que se dijera que todo muy bien y que
había durado unos pocos minutos y algún que otro segundo, la megafonía ha
fallado y nos han ido pasando la voz de que la fiesta había terminado y ¡hala! todos
a clase de nuevo.
Esos
instantes me han servido para descubrir hasta qué punto nuestros jóvenes son
incipientes investigadores, capaces de idear cualquier cosa para hacer
comprobaciones sobre nuestra propia naturaleza que a nadie más que a ellos se
le pasa por la cabeza, a ellas en este caso, y siempre bajo la condición de ser
dos o más, por aquello de que lo que no se le ocurre a una se le ocurre a la
otra.
Se
me han acercado cuatro de mis chicas para contarme lo que les ocurrió hace unos
días a nueve, de las diez que tengo en mi grupo, la otra estaba enferma que si
no se apunta seguro, donde como en un posible incendio también corrieron un
cierto peligro, esta vez en el vestuario del polideportivo. Les he preguntado
por los hechos y me lo han contado con una sonrisa de oreja a oreja.
La
profesora de educación física las dejó encerradas durante al menos diez
minutos. ¿Y eso? ¿Por qué al oír la llave no dijeron nada? Sencillamente no se
enteraron porque estaban en medio de un experimento de lo más curioso, ya que querían
comprobar algo que les llamaba la atención poderosamente. ¿Y qué era? Intentaban
saber si las pestañas al cerrarse hacen ruido. Lo mejor para salir de dudas era
experimentarlo y allí las nueve, dale que te pego, con los cinco sentidos a
pleno rendimiento, abriendo y cerrando los ojos a la vez tratando de escuchar
el sonido producido. Parece ser que decidieron aguantar un rato en silencio hasta
darse cuenta de que estaban encerradas y solas. ¿Os imagináis la situación? Nueve
adolescentes de entre trece y catorce años pestañeando al unísono sin parar y
tratando de romper el silencio a golpe de pestañas. ¡Increíble!
La
solución tendrá que esperar porque ante la tesitura decidieron dejar la
experimentación al comprobar que su libertad era más importante en ese momento.
Como pudieron salieron por otro lugar hasta llegar a respirar el aire del patio
de recreo y pestañeando, esta vez para descubrir la luz del día. ¡Qué rabia!
Nos quedamos sin saberlo hasta un nuevo intento. Seguiré informando si se
produce alguna novedad. Lo que no hagan estas encantadoras personillas…
Bravisimo!
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