viernes, 11 de septiembre de 2015

Mis primeros días de colegio

 Era yo pequeño, muy pequeño, tanto como para ser uno de los alumnos de aquella clase del primer piso que se llamaba Infantil. A mí, eso de ir al colegio, me venía grande y no me gustaba absolutamente nada.

Durante casi un año entero, cada día, al enfilar aquel pasillo, el terror se apoderaba de mí y rompía a llorar. Sí, como un niño, como lo que era por aquel entonces. La verdad es que tenía mis razones y es que la mayoría de aquellos otros críos que esperaban ya pacientes en el aula haciendo garabatos y rayas que yo no sabía para qué servían, tenían un año más que yo que sólo contaba con cuatro. Con lo que bien que yo estaba en casa… 

Mucho tiempo más tarde, no sé si ese curso o el siguiente con cinco años, al hacer ya el verdadero curso de Infantil, el otro me lo colaron de propina, fui cogiendo confianza con “el de negro”, como llamaba yo al hermano Rafael al que luego siempre tuve gran aprecio y al que siempre recordaré con cariño, tal vez por oposición al “otro señor”, aquel profesor que llevaba americana y que me castigaba todos los recreos haciendo números.

Un día, cuando bajamos al recreo, todavía creo recordar el lugar exacto, la pared que encontrábamos al final de la escalera principal, antes de girar a la derecha para salir hacia el patio donde probábamos nuestras gargantas ante la libertad del cielo abierto, me acerqué al hermano Rafael para hacerle una pregunta, yo un retaco de cinco años recién cumplidos:

-  Padre (no distinguíamos entonces de jerarquías y grados entre “los de negro”), ¿tiene cerillas?
-   ¿Y para qué quieres tú cerillas con lo pequeñajo que eres?
-   Pues para quemar el colegio.

Una sonrisa y un ¡anda vete a jugar al patio! dieron fin a aquella célebre conversación que luego contó a mi madre que se ha encargado de repetírmela y hacérmela contar miles veces tras el machacón ¡cuéntales aquella vez que le pedías cerillas al cura para quemar el colegio!

Pero el destino es cruel y ya todos sabéis el final. Hoy soy profesor y doy clase, especialmente de matemáticas, rodeado siempre de aquellos números que me amargaron tantos y tantos recreos. ¡Quién me lo iba a decir!

Javier Lozano 2 - mayo - 2007

2 comentarios:

  1. siempre hay alguna alma caritativa que sabe reconducir nuestra violencia primigenia (a veces totalmente justificada jejeje).

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