Ya ha pasado
algo más de una semana de las fiestas del pueblo. Por fin las he podido
disfrutar dos años seguidos. Éste, ni el agua de las tormentas, ni el
corrimiento de tierra que evitó que llegara a la Virgen a tiempo para los
huevos fritos con chorizo que, junto con muchas más cosas, habían preparado los
miembros de la nueva Comisión con mucho trabajo y ganas de agradar, han podido
apagar las ilusiones que llevaba una vez más en mi equipaje.
He
vuelto a saborear el cariño de la gente de mi pueblo, algo que a todos nos
gusta. (Os pongo en representación una foto que me hice con Crise). Aunque ya mucha
gente joven no te conoce si no le explicas tus orígenes y algunos ya ni aún con
eso, se sigue manteniendo el saludo, algo básico, cuando bajas de la Portilla a
la Plaza o subes el camino contrario.

Por
si fuera poco descubrí las cenas de los sábados que organiza Paco en las
piscinas, algo que me había perdido en los últimos años por no poder ir tanto
como me gustaría. Lo pasé genial compartiendo cena con muchos de los amigos y
conocidos de siempre. No será la última a la que vaya. De momento dentro de dos sábados trataré de estar para el chuletón de cierre de cenas de este verano.
Al
final de estos días te das cuenta que para ser feliz no se necesitan tantas
cosas. He estado conviviendo con mis amigos en casa, en la calle, rodeado de la
familia que se preocupa de ti. Ya sé, no hace falta que me lo recuerdes, no lo
tenía todo, y es que tener todo tal vez sea imposible, pero he estado muy cerca
de tocar la felicidad con la punta de los dedos.
Javier
Lozano 12 - Agosto -2015
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