
Tras realizar la compra, aconsejado por una chica
muy agradable, con unos ojos preciosos, que me he fijado ¿para qué mentir? me
he vuelto para casa porque la hora de comer siempre te obliga de algún modo a regresar.
Iba yo tranquilamente conduciendo, sin prisa, sin
esa ansiedad que se genera a veces cuando no estás de vacaciones, algo cargado
de emotividad escuchando una canción de Serrat cantada con Sabina, el clásico
“Tu nombre me sabe a hierba” en el momento que dice… ”Porque te quiero a ti, porque te quiero, aunque estás lejos yo te
siento a flor de piel” casi hasta el punto de echar un par de lagrimillas,
en un ambiente muy mío, muy de relajación y en mi mundo, en mis cosas, cuando
por el aire, que como decía antes hoy anima el espíritu, me he visto obligado a
bajar la ventanilla para poder disfrutar de él. La música que sonaba en el
interior del vehículo no era ni tan alta ni tan estridente como la de esos
coches, generalmente oscuros y de tamaño reducido que, habitados por un
veinteañero, martillea los oídos ajenos porque eso de que la educación y el
respeto a los demás no tienen muy claro en qué consiste, y no se han parado a
pensar que a todos no nos gusta ni la misma música ni el volumen a la que la
oyen, que no la escuchan.
De repente miro a mi izquierda al parar en un
semáforo, y veo que la mujer que ocupa el coche parado a mi lado, mira medio de
reojo como queriendo escuchar mi música. No era joven precisamente, mi tipo
tampoco todo hay que decirlo, pero me ha hecho gracia su gesto que era como de
sorpresa por lo que escuchaba. Me he dado cuenta que los años van pasando y que
la gente se extraña de cosas que ayer eran tan habituales, que tocaban
corazones y hoy parecen simplemente acariciar recuerdos.
Me he dado cuenta de que la sensibilidad sigue por
ahí pululando, que no se ha perdido. Un oído es capaz todavía de discernir
entre un compás agradable y un zapato. No quiero decir que mi música sea la
mejor, ni ninguna, además a mí me gusta casi toda, simplemente que me ha
llamado la atención cómo los sentimientos vuelan todavía como anudados en el
aire a cada uno de los te quieros que seguramente se escapan de nuestras bocas
y se pierden en la imposibilidad de posarse en la flor adecuada para siempre.
Javier Lozano 30 – Julio - 2015
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