lunes, 30 de marzo de 2015

Sin fecha de caducidad

Hay días que te ves obligado por las propias circunstancias a renovar el sentido de ese fondo de armario lingüístico que tienes para uso cotidiano. Palabras que usamos con excesiva frivolidad se llenan de sentido mientras que otras diluyen su contenido en el más lejano de los abismos sociales.

El sábado por la noche tuve la ocasión de compartir de nuevo unas pocas horas de mi cada vez más escaso tiempo con mi gente, con esas personas que no hace falta ver todos los días para saber que te quieren. Reviví, como gracias a las redes sociales se suele hacer ahora más a menudo, situaciones que parecían haberse perdido en el túnel del tiempo, en aquellos años en que reinaban los juegos de calle y donde un amigo era realmente un amigo, sí, tal y como suena, de los de verdad, de esos a los que no importa dar la cara por ti o compartir contigo su balón o un cacho del bocadillo del recreo.

Algunos besos, cuatro sonrisas, unas cervezas y todo comienza a funcionar. Los recuerdos fluyen despojados en la distancia de todo lo que pudo hacer daño y que hirió al niño que hoy es adulto, esas personas que reconocen en ti a quien puso aquella semilla que hoy les hace ser mejores personas, que tuvo la paciencia suficiente de hacerles crecer y la valentía de dar todo por ellos cuando fue necesario.

Sentir su calor, sus besos, abrazos y sonrisas acompañados de palabras que acarician el corazón hace crecer la autoestima de una forma exponencial, ayudando a seguir en la brecha con los chiquillos que hoy pueblan mi vida a diario en la escuela y de cuantas personas me rodean.

Cada cita, cada vez que nos vemos aparece alguien nuevo en ellas, alguien que había dejado de existir en tus días, que no en tu recuerdo y en tu corazón, aunque sí permanecía en el ostracismo del ayer casi en blanco y negro, o como mucho en las fotos en papel de aquella caja que permanece en el trastero esperando a ser ordenada, tras quitarle el polvo que proporciona la ausencia. Si además surgen nuevas personas que no te conocían y que te reconocen por tu labor a través de los anteriores la cosa ya parece írsele de las manos al cariño que todos estos niños grandes te siguen profesando. Un cariño recíproco sin fecha de caducidad.


Javier Lozano 30 - Marzo - 2015

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