
Lo que en un momento fueron caras de asombro y algunas
risitas ante la novedad, poco a poco, absorbidos por lo que contaban desde la
mesa del profesor, se fueron disipando,
quedando simplemente algunas miradas de complicidad como invitándome a
participar en sus actividades "subterráneas" y a las que conociéndome,
por mi cercanía hacia ellos, estaban convencidos de que tal vez entraría.
No os imagináis lo que se ve desde ahí. La clase cambia
por completo su aspecto. Sus caras tan cerca se ven más infantiles y sus
expresiones mucho más reales que las que yo percibo desde la pizarra. Todo el movimiento
que adivino en otros momentos, hoy lo he vivido desde la distancia. Hay
expresiones que no cambian más que de costado, porque a la gente que se sienta
de medio lado ¡mira que se sientan más los chavales de hoy! sigues viéndola más
o menos, eso sí, difícil que de este modo puedan enterarse de lo que se explica
y corrige metros más allá.
En esta ocasión, lo atractivo del premio a conseguir (el
grupo se va a pasar el día al Parque de Atracciones a final de curso) más lo
divertido de algunas actividades hacen que ni la forma de explicarlo les haga
perder el interés por lo que están escuchando. El bosque de piernas que apenas
se mueven y sus caras atentas me hacen pensar que en las clases habituales no son
así. Algo falla. Tal vez si nos cuesta conseguir su atención en muchas
ocasiones es porque no han vislumbrado siquiera un premio que ahora sí tienen a
su alcance. Claro que no se trata de ofrecerles ese premio ni otro similar para
que escuchen, atiendan el mayor tiempo posible y luego estudien. Se trata de
conseguir algo mejor, que la clase no sea un muermo, que no aburramos hasta a
las ovejas con largas peroratas que ni les van ni les vienen, que consigamos
entusiasmarles con lo que hacemos y decimos, que utilicemos ese trocito de
actor que todo educador debe llevar desde que su vocación le llegara
tempranamente.
Sé que lo que digo no es fácil, que conseguir que nazca
en ellos esa motivación intrínseca no es algo sencillo, pero debemos intentarlo
cada día, cada clase, en cada interacción que tenemos con y ante ellos. De
momento, entremos en clase con una sonrisa dibujada en nuestro rostro y que
sepan que estamos a su lado. El resto es cuestión de echarle un poco de
profesionalidad y una pizca de pasión por educar. Infíltrate en el aula como
uno más, ¡merece la pena!
Javier Lozano 7 - Marzo - 2015
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