sábado, 7 de marzo de 2015

Infiltrado en el aula


El otro día en la hora de tutoría de mi grupo vino el responsable de extraescolares, como habíamos quedado, para explicar a mis chicos y chicas en qué van a consistir todos los juegos y concursos convocados para las fiestas de la Escuela. Una vez en el aula, decidí convertirme en uno más de ellos. Me senté en un pupitre que queda vacío al final del aula, justo al lado de algunos de los que mejor se lo pasan clase tras clase.

Lo que en un momento fueron caras de asombro y algunas risitas ante la novedad, poco a poco, absorbidos por lo que contaban desde la mesa del profesor, se fueron disipando,  quedando simplemente algunas miradas de complicidad como invitándome a participar en sus actividades "subterráneas" y a las que conociéndome, por mi cercanía hacia ellos, estaban convencidos de que tal vez entraría.

No os imagináis lo que se ve desde ahí. La clase cambia por completo su aspecto. Sus caras tan cerca se ven más infantiles y sus expresiones mucho más reales que las que yo percibo desde la pizarra. Todo el movimiento que adivino en otros momentos, hoy lo he vivido desde la distancia. Hay expresiones que no cambian más que de costado, porque a la gente que se sienta de medio lado ¡mira que se sientan más los chavales de hoy! sigues viéndola más o menos, eso sí, difícil que de este modo puedan enterarse de lo que se explica y corrige metros más allá.

En esta ocasión, lo atractivo del premio a conseguir (el grupo se va a pasar el día al Parque de Atracciones a final de curso) más lo divertido de algunas actividades hacen que ni la forma de explicarlo les haga perder el interés por lo que están escuchando. El bosque de piernas que apenas se mueven y sus caras atentas me hacen pensar que en las clases habituales no son así. Algo falla. Tal vez si nos cuesta conseguir su atención en muchas ocasiones es porque no han vislumbrado siquiera un premio que ahora sí tienen a su alcance. Claro que no se trata de ofrecerles ese premio ni otro similar para que escuchen, atiendan el mayor tiempo posible y luego estudien. Se trata de conseguir algo mejor, que la clase no sea un muermo, que no aburramos hasta a las ovejas con largas peroratas que ni les van ni les vienen, que consigamos entusiasmarles con lo que hacemos y decimos, que utilicemos ese trocito de actor que todo educador debe llevar desde que su vocación le llegara tempranamente.

Sé que lo que digo no es fácil, que conseguir que nazca en ellos esa motivación intrínseca no es algo sencillo, pero debemos intentarlo cada día, cada clase, en cada interacción que tenemos con y ante ellos. De momento, entremos en clase con una sonrisa dibujada en nuestro rostro y que sepan que estamos a su lado. El resto es cuestión de echarle un poco de profesionalidad y una pizca de pasión por educar. Infíltrate en el aula como uno más, ¡merece la pena!

Javier Lozano 7 - Marzo - 2015

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