jueves, 19 de febrero de 2015

Esos pequeños detalles

El viernes pasado hice un viaje relámpago a Calatayud donde tuve la suerte de dar una vuelta por su precioso paseo y de degustar uno de sus típicos merengues. Eso que no falte.

En mi relajado deambular no perdí detalle de cuanto había a mí alrededor. Una figura de bronce titulada “Leyendo a los poetas”, un hombre sentado en un banco leyendo un poemario mientras acaricia un perro, llama la atención de muchos paseantes que se sientan a su lado para hacerse fotos con él, incluido algún selfie. A mí me gustó, pero me atrajo otro motivo al otro extremo del paseo.

De repente veo uno de esos pequeños detalles que nos ayudan a ser más felices, de los que, como dice Serrat en “Aquellas pequeñas cosas”, uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia. Un niño, cuya altura no le da para auparse hasta la altura que le permita solicitar su dulce favorito en un kiosko, se acerca y con total naturalidad se sube a un pequeño escalón metálico colocado por el kioskero para que los niños como él puedan estar a la altura del resto.

Tal vez sea algo que puede pasar desapercibido, pero a mí me pareció una bonita metáfora de la vida de nuestros niños desfavorecidos por problemas de cualquier tipo, de los que necesitan ayuda, pero especialmente de quienes pudiendo obtenerla muy fácilmente se quedan sin ella al borde del abismo por la escasez de este tipo de pequeños detalles, más que nada humanos. Siguiendo con el cantautor son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas. Marchitas muchas de ellas añadiría yo.

Cada día, yo llevo ya unos cuantos, deberíamos observar esos pequeños gestos que nos hacen, tal vez no más grandes, pero sí mejores, desde quién pasa por delante de un papel y se agacha para recogerlo y tirarlo a la papelera sin ser suyo, al compañero que explica algo al que tiene al lado que se ha atascado en un ejercicio o le presta el lápiz o el bolígrafo porque el suyo se ha cansado de escribir. Cuestiones todas ellas que no cuestan casi ni un mínimo esfuerzo, que deberían ser tan habituales y naturales como un perdón o un gracias, como un hola o un adiós y que en cambio parece que necesitemos un empujón o unas gafas de realidad humana aumentada para que nos decidamos a realizarlas.

Cuándo nos daremos cuenta de lo fácil que es alegrar la vida a los que nos rodean. Ese tipo de pinceladas de amor tan insignificantes como importantes, como los tres corazones escritos con un dedito en el cristal de mi ventanilla del coche, aparcado a la puerta de mi escuela y que vi gracias al sol que los resaltaba entre la suciedad del mismo, ese tipo de pequeños detalles, que en esta sociedad tan deshumanizada y siguiendo a Joan Manuel, te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.

Javier Lozano 19 – Febrero – 2015

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