Todos los días me cuestiono
el por qué de la actitud de muchos de nuestros alumnos. La mayoría de las
ocasiones trato de creer que, cómo casi siempre decimos, es cosa de la edad, de
esa adolescencia, de ese despertar a la vida adulta que no les deja en paz, de
ese diablillo que les menea el cuerpo sin parar.
¡Claro
que me ponen a cien! ¡Por supuesto que me sacan de quicio! No iba a ser yo
especial, soy como tú y como cualquiera de los que nos ponemos delante de ellos
día a día. Recuerdo unas palabras que escuché a principio de curso en un
encuentro de profesores, unas palabras ciertamente acertadas que decían algo
así: “Cada curso los toros son un año más jóvenes, los toreros uno más viejos”.
No nos damos cuenta tal vez que, aunque nos aferremos a nuestra cada vez mayor
y más valiosa experiencia docente, nuestros alumnos avanzan en la suya a mayor
velocidad, en un mundo dominado por los medios de comunicación y la tecnología.
Debemos
pensar que cada día que pasa sin aproximarnos a su mundo, sin adentrarnos en su
vida, es una oportunidad perdida en el acercamiento a su propia personalidad, a
ese ser que nos busca a gritos, la mayoría de las ocasiones de una forma que
nos molesta, que no nos agrada lo más mínimo, pero es que tal vez no tenga
otra. Nosotros no tenemos la menor duda, estamos formándolos y no debemos
permitir ciertas cosas, pero no vemos tal vez que se están haciendo un pequeño
huequito en la vida, esa por la que nosotros caminamos hace tiempo y muchas
veces también con dificultad.
¿Hemos
pensado para qué están nuestros alumnos todos los días a la misma hora y en un
aula determinada? Tenemos claro el objetivo de llenarles la cabeza de letras y
números, pero a veces olvidamos que su corazón necesita otras cosas muy distintas,
sentimientos que buscan en nosotros, en nuestros gestos, en nuestras miradas y,
en muchas ocasiones, en nuestros reproches. Al menos consiguen que alguien les
escuche, que les confirme su existencia, porque debemos tener claro que ellos
están aquí para vivir, para vivir ahora y ya, sin perder ni un segundo, que el
tiempo vuela, que el tren de la vida pasa y no espera y, una vez perdido, ya no
se puede volver a coger fácilmente.
No
olvides nunca que esos alumnos que hoy tienes delante, y mañana, y siempre,
aunque te pongan los nervios de punta, aunque pienses que nacieron para
interponerse en tu camino y hacerte la vida imposible, esperan una respuesta de
ti, esperan más de lo tú crees. Piensa que como dice Dewey en su obra inicial, la que puede considerarse como su credo
pedagógico “La escuela es un periodo de
la vida y no sólo la preparación para la
vida”.
¡Animo!
Javier Lozano 1999
Me gusta. Es verdad que no sólo se trata de llenar la cabeza de números y letras. Suelo conectar con mis alumnos, aunque muchas veces me cueste sudor, dolor de cabeza y tiempo. Pero leo esto hoy. Justo esta semana acabo de perder la oportunidad con un alumno, después de más de dos meses intentándolo me doy por vencida. No suelo hacerlo pero no he podido, tengo que admitirlo... Seguiré intentándolo con el resto.
ResponderEliminarYo me encuentro a estas alturas ya como tú, pero no dejes de intentarlo hasta el último segundo, aunque se vea claramente que no se puede hacer más o que él ya ha tirado la toalla.
EliminarEres increíblemente fantástico Javier, y ese escrito de hace 15 años lo dice todo, hace más el que quiere por los niños, que el que sabe, vocación es la palabra que muchos no la encuentran ni en el diccionario, una vez más he de descubrirme ante usted señor profesor. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias María Elena. Simplemente es esa vocación la que germinó en mi corazón, la que me hace seguir adelante incluso esos días que ya no te quedan fuerzas.
Eliminar