Cada mañana al entrar en el aula me encuentro con un
puñado de caritas expectantes, un grupo de niños muy similar al resto que he
ido viendo en mis últimos treinta años, y a la vez, totalmente distinto a todos
los anteriores. Basta mirar a sus ojos, para saber que cada uno encierra una
historia personal distinta. Según van avanzando los días, no son necesarios
demasiados, vas conociendo al alumno que trabaja solo sin necesidad de que
nadie le ayude, al que le cuesta y te llama, al que no deja parar al resto de
compañeros, y así curso tras curso, año tras año.
Vas conociendo mejor
a esos niños que tienes que acompañar en su camino hacia el éxito académico,
pero especialmente a la felicidad, y sabes que debes tratar de darte a
todos por igual, pero como ocurre con los propios hijos, cada uno tiene unas
necesidades particulares a las que debes atender esforzándote al máximo para
que queden lo mejor cubiertas posible.
Destacan entre todos
ellos los niños con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con/sin Hiperactividad)
porque en todas las aulas los hay salvo en muy contadas excepciones. Son esos
alumnos inquietos, que no paran de moverse, que tan pronto levantan la mano
preguntando algo como quitan el bolígrafo a su compañero, tiran un papel a la
papelera desde su sitio aunque esté a cinco metros... o incluso todo a la vez.
Junto a estos pasan desapercibidos aquellos que en un rincón, generalmente
angustiados y olvidados, tienen auténticas dificultades para
seguir el hilo de lo que explica el profesor porque su atención les juega una
mala pasada, evitando que puedan mantenerla de manera continua. Éstos se
esconden bajo un disfraz de vagos que en la mayoría de los casos ellos mismos
se han fabricado como medio de autoprotección.
¿Quién es capaz de
seguir la trama de cualquier película si nada más empezar te llaman por
teléfono, más tarde vas al baño, luego llaman a la puerta, y así un sin fin de
interrupciones? ¿Quién sabría contestar quién es el asesino? ¿En qué jugar se
escondió el ladrón? Pues a estos chicos, muy a pesar suyo y de que intentan
miles de veces atender, les ocurre lo mismo con lo que se habla en clase. Al
final acaban cansándose.
Cuando te planteas
ayudar a unos y a otros sin excepción, lógicamente piensas en la colaboración
de sus padres, las personas que más les quieren, más luchan para que tengan un
buen futuro y sobre todo para que sean felices. Al entrevistarte con ellos te
encuentras con personas que lo han intentado todo pero que no han encontrado el
camino. Unas veces por los docentes que no hemos sabido implicarnos, tanto por
desconocimiento como por desinterés aunque duela reconocerlo, otra por la
desinformación o desacuerdo entre profesionales médicos o de la psicología, al
seguir directrices de distintas corrientes paradigmáticas, o por multitud de
causas, casi todas marcadas por una falta de formación e información tremenda en estos tiempos en la que está a nuestro
alcance con extraordinaria facilidad.
En el terreno
académico, que tanto preocupa a los progenitores, la clave del proceso tras
tranquilizarles ante la falta de resultados, está en
hacerles ver su papel de padres y no de maestros. Deben apoyar, facilitar,
acompañar o supervisar lo que hacen sus hijos, pero jamás involucrarse en el
proceso de enseñanza como profesores, pues es responsabilidad absoluta del
educador, preparado profesionalmente para enseñar destrezas o habilidades
encaminadas a la consecución de los objetivos esperados.
Para que el esfuerzo de cuantos trabajamos por estos
niños dé su fruto, la familia tiene que colaborar intensamente con el centro
escolar. También deben estar unidos y apoyarse entre sí, siendo equilibrados,
justos y equitativos en la resolución de los problemas, a la vez que jamás
deben permitir su aislamiento social ayudándoles a desarrollar sus habilidades
en este ámbito.
Los padres, para
adentrarse en el camino que les ayude a educar a sus hijos, deben tener claro
que estos niños no son problemáticos, sino que tienen un problema. A partir de
ahí es cuestión de establecer una línea de comunicación abierta desde muy
pequeños, pactando según la edad, unas normas claras y consistentes, así como
las consecuencias de no cumplirlas, adaptadas eso sí a su nivel de desarrollo.
Estos niños tienen
que sentir que se preocupan por ellos y que hacen todo lo posible para entender
lo que les está sucediendo, algo que seguramente ellos tampoco saben explicar
en muchas ocasiones. Por eso los padres deben mostrarse orgullosos de cualquier
logro, por insignificante que parezca, mediante elogios, pero sobre todo afecto,
animándoles de forma especial cuando se portan bien.
Una herramienta
básica para el desarrollo personal, que todos utilizamos constantemente sin
darnos cuenta y que a ellos les suele fallar, es el lenguaje interno. El
desorden que impregna la vida de estos niños, y que se constata de forma
continuada también lo sufren a nivel de pensamiento. Ante muchas de sus
acciones les resulta complicado contestarse a las preguntas básicas
"¿Quién? ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? y ¿Por qué?" por lo cual se les debe ayudar a pensar y explicarse. A la vez
es importante, hablar con ellos sobre sus virtudes y necesidades o de cómo les afecta el TDAH. En definitiva deben aceptar sus
limitaciones y reconocer sus puntos fuertes. Los padres aunque a veces resulte
complicado, no deben permitir jamás que las dificultades que se dan con hijos
de estas características conviertan en negativas todas las interacciones que se
producen con ellos. Deben ayudarles a desarrollar conductas en el hogar y para
ello es importante que se establezcan claramente los límites y se evite
discutir por cosas sin importancia. Es primordial decirles siempre lo que
queremos que hagan en lugar de lo que no queremos, estableciendo claramente
consecuencias positivas y negativas.
La opinión de sus
padres es muy importante para ellos cuando hacen cualquier cosa, por lo que
éstos, deben manifestar lo que piensan de forma constructiva y sin emitir
juicios de valor, reconociendo los cambios positivos que se produzcan en su
conducta por insignificantes que parezcan, premiando siempre que sea posible su
buen comportamiento, pues es preferible, premiar, alentar, aprobar y ayudar más
que corregir y castigar.
Para apoyarles
académicamente en casa pueden ayudarle a organizarse en los deberes, que los
hagan siempre en un horario fijo y de manera regular, participando en la
elaboración de horarios. Es muy importante asegurarse de que comprenden las
instrucciones y supervisarlos en todo momento. No está mal ofrecer algún tipo
de recompensa por hacer los deberes hasta que asuma progresivamente la
responsabilidad, pero no de tipo económico o material.
En muchas ocasiones
los padres piensan que sus hijos no quieren hacer los trabajos escolares y que
se escudan en el cansancio para no seguir. Como todos los niños se cansan, pero
sobre todo porque sus sesiones de trabajo se alargan hasta en infinito por su
forma de hacer las cosas, por lo que es necesario antes de comenzar que cuenten
con todo el material a mano y no tengan excusa para poder parar. Es conveniente
programarles, según la edad, descansos regulares a partir de cada diez
o quince minutos, y que camine, tome agua o coma algo. Al final lo importante
será valorar su esfuerzo y no tanto las calificaciones, aunque es aconsejable
posteriormente evaluar los resultados, analizando sus causas, identificando y
reforzando las positivas, y tratando de evitar las negativas.
Un aspecto que
muchos padres olvidan, es que para poder cuidar a los hijos que padecen este
trastorno, y que tanto les necesitan, primero deben cuidarse ellos mismos,
porque si no están bien física y anímicamente será difícil que puedan hacerlo
de verdad. Por ello, y aunque no es fácil, sería conveniente si se pasa un mal
rato, tener alguien cerca que pueda quedarse con ellos unos minutos.
Normalmente se recurre a familiares cercanos próximos al domicilio, o incluso a
algún amigo o vecino de confianza. Un periodo pequeño de tiempo puede ayudar a
volver con más energía y más ánimo para terminar lo que estaban haciendo.
Tal vez la base del
éxito con estos niños esté en mejorar su autoestima, que debido a todo lo que
sucede alrededor de ellos, suelen tenerla a niveles alarmantemente bajos. Para
ello los padres deben mostrarse proactivos, actuando en vez de reaccionar
constantemente ante ellos, cambiando su manera de ver al niño. Nadie mejor que
la familia para que los niños puedan desarrollar un gran sentido de competencia
y responsabilidad, identificando desde muy pequeños sus potencialidades y
también sus debilidades. Partiendo de esta base es importante saber cómo son,
para poder desarrollar sobre ellos expectativas realistas.
Una de las mejores
formas de mejorar su autoestima es proporcionarles un ambiente adecuado y
oportunidades de éxito. Asignándoles trabajos especiales o cultivando aquellos
intereses preferentes que todos los niños tienen, apuntándoles en actividades
que no formen parte de un plan de estudios o jugando con ellos, algo poco
habitual en la actualidad ya que los padres suelen tener menos tiempo de ocio
del que sería recomendable.
Todos debemos estar
atentos a nuestros alumnos con TDAH, pero jamás debemos olvidarnos de sus
familias, porque si los alumnos lo pasan mal en su vida diaria, los padres no
lo pasan mejor sufriendo el desconocimiento o el abandono, cuando no la
incomprensión o la falta de tacto, de alguna de las personas que se cruzan por
el camino. Todos somos necesarios para sacar a estos niños adelante.
Fco.
Javier Lozano
Octubre - 2012
(Escrito para el blog de la pedagoga Rosa Martín Fernández y publicado en octubre de 2012.) http://www.rosamartinpedagogiaalacarta.es/104180146
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