Tras
un extraño verano, muy distinto a otros pasados, por fin han vuelto a llenarse
los pasillos y las aulas de esos seres que desde hace ya muchos años han
llenado también mis días de trabajo, de buenos y malos ratos, pero sobre todo
de ilusión por ayudarles a crecer porque el futuro está a la vuelta de la
esquina y la mayoría no tienen ni idea de lo que les espera cuando salgan de
esa burbuja que es la escuela, para salir al exterior, a una vida llena de
alegrías y penas, de sorpresas de todo tipo.
En
poco más de una semana, mi radar emocional, unido a mis conocimientos
pedagógicos y algo de sensibilidad, ha conseguido ir detectando que, tras
algunos de mis alumnos y alumnas, siguen existiendo esas circunstancias y
cualidades que a veces les hace más complicado su día a día en la escuela.
Lógicamente, para estos estamos los docentes, aunque en muchas ocasiones,
demasiadas, algunos no sepan qué hacer ante ese tipo de casos o tiren, como
vulgarmente suele decirse, por el camino de en medio.
Encontrar
un niño con Síndrome de Asperger -casi todos los años descubro alguno- que
encuentra en ti a una persona que le escucha y ayuda, te llena al ver su
tranquilidad en clase y su sonrisa mientras trata de aprender cada día más
cosas.
El
impacto de entrar a un grupo donde una niña china no sabe ni una palabra fuera
de su idioma. A parte de las medidas que le van a poner, yo lo he mitigado
empezando con intercambiar nuestros nombres y hacerle ver lo importante que es
que sonría. Poco después consigo que, en un bar, un chino me escriba en su
idioma en un papel, hola, buenos días y adiós. Nada más verla al día siguiente
y saludarla, me contestó y regalándome una bonita sonrisa, me señaló con su
dedito pronunció mi nombre.
Ayer
al pasar por un lugar de la escuela, veo a dos chicos. Con uno de ellos ya
había hablado dos o tres veces en esta semana al ver su carácter inquieto y
algo irascible. Tas preguntarles qué hacían en ese momento ahí, me cuentan que
se han metido en un lío con otros chicos y su agresividad está desbocada. Allí
paso un buen rato y trato de apaciguar algo los ánimos, aunque no puedo evitar
las sanciones que les ponen después.
Poco
a poco iría describiendo lo que ha dado de sí esta semana, pero sería muy
largo. La satisfacción de ver sonreír a mis alumnos es la mejor prueba de que
hemos empezado bien otro año más. Ya he descubierto también, cómo no, varios
con TDAH y alguna que otra cosa más. Eso sí, una de las más agradables ha sido
descubrir que al tratar de pasar de uno de mis grupos a varios alumnos para
compensar el elevado número con el de otro grupo mucho menos numeroso, nadie
quería irse, e incluso muchos han ido viniendo a decirme que ellos quieren
seguir conmigo.
Espero
que poco a poco conocimientos y felicidad se unan y pasen un curso provechoso y
lleno de satisfacciones.
Fco. Javier Lozano
– 17, septiembre, 2022
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