Todo
el mundo al enterarse a qué me dedico repite lo mismo sin pensarlo dos veces.
Es inevitable esa referencia a cómo están los jóvenes adolescentes de hoy en
día, a cómo ha cambiado la juventud, a lo complicado de nuestra labor de
docentes. Lástima que en nuestra sociedad esta opinión no haya calado, y no
sólo en el tema económico, sino por eso que unos llaman prestigio, otros
respeto y yo simplemente reconocimiento a un trabajo muy importante para
nuestros chicos de hoy y adultos en un mañana no muy lejano, que el tiempo
vuela.
La
gente que está fuera del micromundo que es la escuela no sabe lo que se vive
entre sus paredes, lo que se aprende de esos chicos y chicas que destilan
adolescencia y rebeldía ante unas normas que tiene que respetar y que no ven
como suyas, ante unas exigencias de todos los contextos que circundan el ámbito
escolar y que al final repercuten en ellos, sí, también en nosotros, aunque
mientras los docentes vemos las incongruencias de muchas de las cosas que se
nos exigen desde cada lugar de la sociedad y tratamos de avanzar a pesar de
ellas, nuestros alumnos, aunque parecen dispuestos a comerse el mundo desde su
nuevo mirar adolescente, son incapaces de comprender cuanto les rodea.
Por
todo esto debemos poner una vez más los pies en el suelo y hacerles ver que
están construyendo una sociedad que no diferirá mucho de la que tienen si
actúan como lo han hecho la mayoría de sus antecesores y para ello debemos
servirles de ejemplo. Ellos esperan de nosotros que les ayudemos con nuestro
ejemplo y por eso nos prueban una y otra vez para ver si somos capaces de
marcarles ese camino que tanto les cuesta encontrar cada día. Si somos con
ellos justos pero cercanos, desde una flexibilidad en nada parecida a la
rigidez que parece exigir la dureza de algunos intransigentes estaremos señalándoles
por dónde tiene que seguir para alcanzar sus metas. Dejemos de lado las rarezas
y las manías por cuestiones que no sirven para que la clase vaya mejor. Una
ventana más o menos abierta, una mesa un par de centímetros descolocada o un
renglón más o menos torcido en un cuaderno no marcarán su futuro, y sí tal vez
una decisión injusta por salir cuanto antes del paso o por no pensar que
tenemos ante nosotros a un ser que se intenta abrir camino en esta sociedad tan
complicada porque nosotros la hacemos así.
Hace
un par de días llamaba la atención en clase a un alumno de primero de
secundaria que se escondía buscando a un compañero que le siguiera en sus risitas.
Poco a poco, según le hablaba con cariño, pero en un tono calmado y firme,
comenzaron a correr por su carita algunas lágrimas. Me confesó que en otras
asignaturas no le dicen las cosas así. No lloraba por el momento, sino dolido
al comparar el trato en esos otros casos, eso sí, reconociendo su falta.
Más
tarde al llegar a mi grupo a última hora de la mañana, uno de mis chicos, al
que últimamente le he hecho ver lo despistado y hablador que está, mostrándole
el peligro de su actitud en el desarrollo de la evaluación, nada más entrar me
salió al encuentro y venía con un papel en la mano que se utiliza para que los
padres se enteren en casa de cosas que ha hecho mal el alumno. Pensé que esa
mañana en la que había tenido más problemas de los habituales, iba a terminar
peor aún, pero mi sorpresa fue la sonrisa en su cara, confirmada al comprobar
el contenido de la nota. Por fin mi pelea empezaba a dar sus frutos y una de
mis compañeras le había puesto una nota positiva, sí ¡existen! El chico estaba
feliz pensando en lo que sus padres le iban a
decir, algo cuyo efecto multiplicará sin duda su mejor conducta. ¿Por
qué nos cuesta tanto animar a esos seres que dan sentido a nuestra vida de
docentes? ¿Estamos seguros de que trabajamos para ellos? Aunque nos prueben
constantemente, tratemos de cambiar nuestra forma de mirar a los alumnos.
Javier
Lozano
01/03/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario