Uno ya no se sorprende de casi
nada en este mundo educativo que nos ha tocado vivir. Hace bastantes años, casi voy perdiendo
la cuenta, que una tarde de junio me enganchó el TDAH y, por simpatía, todos
los trastornos comórbidos o no que han ido cruzándose en mi vida ocupando hoy
muchas de las horas de cada uno de mis días.
Llevo
muchos años de docencia. A veces creo que son ya demasiados y otros me da la
sensación de que va a llegarme esa jubilación, que cada día quieren llevar más
allá, y no voy a tener tiempo para poder dar por estos críos que a diario viven
a mi lado todo lo que llevo dentro. En toda mi carrera profesional me he
encontrado con muchas familias y por lo tanto con otros tantos padres o madres
y, como decía, ya no me asusto de casi nada. Eso sí, a unos los admiras por su
trabajo, su tesón, esa perseverancia que a pesar de no obtener a veces los
resultados deseados, les hace sentirse plenos de fuerza para poder sacar a sus
hijos, lo mejor que tienen, hacia una vida mejor, a un mundo donde la felicidad
tenga cabida. Entre sus retoños, esas inversiones de amor por las que un día
decidieron apostar sin mirar al futuro más que para verles a ellos sonreír, se
encontraron personillas con un gran corazón y a veces con una mente
privilegiada, pero otras muchas esa mente no tenía las mismas capacidades y eso
no fue obstáculo para seguir en la brecha, una lucha más incierta pero que da
unos resultados mucho más valiosos, seguramente por escasos y costosos de
conseguir, auténticos triunfos vitales para esos hijos inexpertos en esa vida
que no fue del todo justa con ellos porque no les dio las mismas capacidades
que al resto, aunque sí seguramente grandes dosis de bondad y una capacidad de
amar y sonreír sin límites.
Junto
a estas familias he ido encontrando, para mi sorpresa primero y mi tristeza y
rabia después, algunas que sólo saben hablar de nivel, de compañeros que
ralentizan las clases y que entorpecen el brillante ritmo de sus hijos y de
niños molestos que no son un buen ejemplo para los suyos y para los que piden
una justicia extraña que consiste en mandarlos a su casa y, en el mejor de los
casos, en ponerlos en clases separadas de las de sus niños brillantes y en las
que se molesten solo entre ellos, con sus movimientos excesivos y donde las
extravagancias, problemas e incluso discapacidades si las hubiere queden
selladas entre cuatro paredes y, lástima que no pudieran tener recreo aparte de
sus hijos, por aquello de que ¿y si se contagia todo eso?
No
sé. Yo creía que nada iba a mover ya a estas alturas mis cimientos educativos,
los que estudié y, sobre todo, los que mi vida ante cientos y cientos de
alumnos con sus padres incluidos han ido forjando en mi cerebro y en lo más
profundo de mi corazón. Hoy, estaba dando vueltas a esta sinrazón que no hace
mucho escuchaba sobre el tema y que no por ser poco frecuente, no deja de
doler. Menos mal que parece que la cordura sigue imperando y que somos más los
que luchamos por aquellos niños que nos necesitan que si no… apaga y vámonos.
¡Eso sí! Si al final deciden alguna vez hacer esa separación por capacidades,
que no se olviden en meterme al aula puesta al margen de pitagorines y niños
prodigio. Quiero ser uno más para remar con ellos contracorriente.
Javier
14/05/2013
¡¡¡Muchas gracias Javier!!!
ResponderEliminar(http://mistdahfavoritas.blogspot.com.es/)
He estado mirando tu blog y veo que estamos en la misma línea, trabajando por los mismos niños y con un único objetivo que es simplemente luchar para que sean felices. Si me necesitas ya sabes dónde encontrarme, formamos parte del mismo Equipo. Gracias a ti Gloria.
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