domingo, 27 de enero de 2013

"La educación de cosa de todos" (La estrella fugaz – marzo 2009)


Recuerdo que un buen día, cuando era muy pequeño y todavía no tenía uso de razón (seguramente fue por eso) decidí que mi futuro estaría entre niños, dando clase como hacía aquel profesor en el que yo me llevaba fijando muchos días.


Pasó el tiempo y aquello, que un día fuera una simple mariposa revoloteando en mi cerebro infantil, se convirtió en una realidad adulta que aún sigue hoy atrayéndome y me lanza día a día hacia el aprendizaje, a una formación continua que me llevó, después de salir de la Escuela de Magisterio a estudiar Ciencias de la Educación, y posteriormente el doctorado. En todos estos años, cerca ya de veintisiete, he conocido a muchos jóvenes. A pesar de no encontrar dos iguales, en todos ellos se repiten varios perfiles característicos, varios personajes fácilmente detectables a poco que uno se fije en sus formas, en su manera de relacionarse y, casi siempre, en su mirada.

Cuando alguien me pregunta por mi profesión y contesto que soy docente, escucho dos tipos de respuestas. Una, la de las vacaciones, que vacunado de tanta estupidez oída por el mero desconocimiento de nuestro trabajo diario, ignoro. Si insisten les doy la dirección de la Facultad de Educación por si les interesa estudiar unos años para conseguir los cacareados tres meses que arguyen en su burda inopia. La segunda, es echarse las manos a la cabeza y compadecerte porque ¡hay que ver cómo están los jóvenes de hoy!

Nuestros chicos y chicas, no son mejores ni peores que los de otras generaciones. Eso sí, tienen más intereses que llaman su atención que antes ni existían, pero tienen la misma base de siempre, la afectiva y la educativa, ambas con un fuerte peso en la familia de la que salen a esta sociedad llena de peligros, pero también de cosas maravillosas para disfrutar.

¿No será que falla algo más que algunos de nuestros jóvenes? ¿Que sus familias no se han preocupado de ellos todo lo que debieran? ¿Tal vez los envían a una escuela en la que encuentran buenos profesionales, pero también alguno que, como sus padres, hacen dejación de sus obligaciones y desde que salieron de la Universidad no han visto más libros que los de texto o algún apunte de un cursillo hecho con desgana y por obligación?

Hay padres maravillosos y grandes profesionales de la educación que se desviven por ellos, no me cabe la menor duda, la mayoría, pero deberíamos concienciar al resto de que nuestros jóvenes necesitan de la unión y del esfuerzo de todos los que les rodeamos. Poner límites desde la familia es un deber de padres, una necesidad que la sociedad nos pide por el bien de ellos. Los profesores nos vemos muchas veces desamparados por padres que además de no apoyar, acusan ante su pobre educación familiar.

¿No es hora ya de dejarse de hipocresías de unos y de otros y aunar esfuerzos para que nuestros jóvenes y nuestra sociedad mejoren día a día?  O trabajamos juntos, con esfuerzo, sinceridad y una sonrisa o poco conseguiremos avanzar en un trabajo que es cosas de todos.

Fco. Javier Lozano
Lcdo. en Ciencias de la Educación

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