viernes, 20 de julio de 2018

Castillos de insolidaridad e ignorancia

Tímidamente, con la vista fija en una pequeña pala, se acerca sorteando las olas que amenazan con deshacer los torreones de arena construidos con un cubo de plástico. Al ir a coger la frágil herramienta de juguete, una mirada, que no llega a comprender, le asesta el primer golpe seguido de otro con una voz seca y áspera. “No, te he dicho que no” ¿Qué no has entendido? La n o la o. N… O…” 

Ella, una niña rusa de poco más de tres años, la mira y trata de llegar a la pala una y otra vez. La otra sigue en sus trece “te he dicho que no. Pero qué niña más pesada” La pequeña, con una mirada que indica alguna dificultad algo más dura que la propia diferencia de idiomas, sigue insistiendo y vuelve a recibir otro aldabonazo de voz “no, not, nicht…” Nos mira a quienes presenciamos la escena, como si tuviéramos que estar de acuerdo con ella, y comienza a darnos su pequeño mitin pseudopolítico, una perorata generalizando “estos rusos qué se creen, son todos iguales, ayer pongo la toalla y nada más hacer el primer agujero ya estaban todos allí. No nos dejan en paz”

La niña mientras sigue haciendo sus intentos por alcanzar la pequeña pala. “Niña ¿dónde está tu madre? Claro, será una madre ministra como yo llamo a estas rusas. Estará hablando con las amigas. Dile que te haga algo de caso y que juegue contigo que ya está bien bonita” La niña sigue perdida entre el idioma y sus ilusiones por jugar en la arena. “En tu país ¿no entendéis que aquí nos dejan pensar y podemos hacer lo que queremos?” La pequeña no entiende ni papa de esta panfletaria señora que porfía con una niña de tres años por una pequeña pala con una simplona arenga.

Me duele ver a la niña. Sufro por su triste mirada llena de incomprensión y por unos momentos de una tristeza que no es capaz de transformar en lágrimas de impotencia. De repente se dirige a la pala que metros atrás tiene la niña de algo más de dos años que está con su padre y conmigo. La mujer, al ver que no le negamos que pueda tomarla entre sus manitas, suelta un “ah, eso ya… esa no es mía”

Al final la escena deja muchas enseñanzas, a nosotros sobre cómo no debemos ser con los demás y menos con una niña pequeña desprovista de idioma y de algunas capacidades, a nuestra pequeña una cara de circunstancias que luego le hacemos comprender de cómo no hay que ser porque ella siempre ha aprendido que hay que saber compartir, pero lo peor que deja la situación después de todo es el ejemplo. Su hijo ha aprendido y asimilado la escena y el aprendizaje no puede ser más negativo, reforzado además porque luego sigue jugando con él rumiándole al oído la escena muchos minutos seguidos después mientras le hace y deshace castillos de arena que ella misma modela a su antojo con una pala que desde un poco más allá la niña sigue mirando con cierta ilusión perdida.

Durante algunos días he estado pensando en hablar con los padres de la niña que de lejos seguramente no entendieron la escena para disculparme por la actitud déspota, insolidaria y brutalmente desigual de esa impresentable mujer, explicándoles que por suerte no todos los españoles, o de cualquier otro país, que frecuentamos una playa, somos como la del bikini negro y el sombrero panamá que protegía a su hijo sin saber el daño que le estaba haciendo. A la niña también. No pude al final, no sabían hablar español.
                                                             Javier Lozano, 20 - Julio - 2018 

No hay comentarios:

Publicar un comentario