Los anhelados
días de vacaciones que todos esperamos desde hace tiempo ya se ven a lo lejos, más
cerca cada vez. Para llegar a ellos debemos superar algunas barreras tantos
físicas como mentales, pero sobre todo emocionales. Las primeras, incluso las
segundas, parecen más duras de vencer pero, a la larga, las últimas serán las
que perduren en nosotros con el paso del tiempo.
Las
físicas son estos días extraños, a veces interminables, repletos de exámenes y
recuperaciones, muchas ya meros trámites que cumplir. Este ambiente de aula, en
el que deberían reinar la paz y el silencio, más parece jungla por los ruidos
exóticos y movimientos de lianas invisibles que produce el que tiene todo hecho
o nada ya que salvar. Al final las horas pasan, como el resto, tratando de
ayudar en lo posible al que te necesita.
Lo
mental queda maltrecho debido a la impotencia que supone el no poder abarcar lo
inabarcable, el no poder llegar a cuanto tienes delante, a ese alumno que te
mira desde sus gafillas o a esa mirada triste que seguramente comienza a
reflejar el reconocimiento de meses perdido en el mar de su adolescencia y que
hoy ve imposible solucionar todo en una hora escasa con cuatro cosas en una
triste hoja de papel. Tal vez sea esta dura parte de su aprendizaje la primera
piedra de un posible éxito posterior.
Lo
peor de todo, lo que no suele verse tan rápidamente, salvo que tengas esa
mirada distinta que permite ver al alumno o alumna que tienes delante, es lo
emocional. Ante ti hay un ser humano capaz de sonreír, de vivir una vida plena
en la que la alegría, como la tristeza y otras emociones, tenga su sitio, un
lugar a ser posible destacado para que a su vez vaya impregnando de ella a
cuantas personas se crucen en su camino.
Estos
días se irán un curso más decenas de personas con las que he compartido
momentos de todo tipo, desde el estrés de un tema por terminar o un ejercicio
por comprender, hasta las risas producidas por cualquier anécdota en el aula.
Tensiones, malas caras, bromas, risas, etc. vivencias que conforman la vida del
aula basada en una relación profesor-alumno no siempre tan cercana y
reconfortante para ambos como debería ser.
En
unas semanas desaparecerán aparentemente de mi vida un puñado de historias
vitales, las que encarna cada persona que ha convivido conmigo uno, dos e
incluso más años, unos guiones de futuro en los que espero haber influido
positivamente. Como siempre digo, lo sabéis quienes me conocéis, espero que se
acuerden de mi cuando pasen veinte o treinta años porque de lo contrario algo
estoy haciendo mal en este momento.
Llega
el fin de curso y con él desaparecen de mi vista, pero nunca de mi corazón
alumnos y alumnas con los que he compartido mis últimos cursos. En no demasiado
tiempo vuelta a empezar para tratar de seguir ayudando a conformar más vidas.
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