viernes, 8 de abril de 2022

"Deberes escolares, gritos y ganchitos"

 

Hace unos días estaba sentado con varios familiares tomando una cerveza en una plaza, en la terraza de un bar, aprovechando que hacía una tarde con ese sol que ha duró tan pocos días a pesar de que había empezado ya la primavera. La charla discurría por los cauces habituales hasta que unos estridentes berridos, provenientes de la mesa de al lado que estaban ocupando en ese momento a poco más de metro y algo de la nuestra.

Primero vi a un chico de unos diez u once años, no más, que nos miró con una curiosidad que luego se diluyó al llegar tres adultos que debían ser sus padres y una amiga o familiar de alguno de ellos. Hasta el momento nada extraño, salvo tal vez un comportamiento que dejaba algo que desear en un lugar así, pero ya sabemos que tiene que haber de todo.

Poco a poco fueron llenando la mesa de bebidas y alguna que otra cosilla de comida para pasar el rato cuando, de repente, llamó mi atención un cuaderno de ejercicios que el chico plantó sin ningún cuidado ocupando buena parte de la superficie entre lo que habían esparcido sus mayores y un buen paquete de una especie de ganchitos que el crío comía con avidez. Poco a poco, el jolgorio de la mesa iba in crescendo hasta un momento en que escucho a la madre… “venga, deja ya de comer ganchitos y haz las cuentas”. En ese instante mi curiosidad me hizo mirar con algo menos de disimulo y vi que el chico pretendía hacer allí, entre gritos, cervezas y ganchitos, sus deberes.

La escena comenzó a volverse ciertamente algo surrealista. El padre preguntándole cuantos estaban para repartirse no sé qué, la madre que eran cinco, no cuatro como le decía el padre, la otra mujer que dividiera y el crío miraba a unos y otros, ganchito en mano (y en boca), hasta que el padre sentenciaba con la celebre frase de la tarde “oye, que te lo enseñe el profesor que pa eso está”.

Ante lo extravagante de la situación estuve a punto de levantarme y explicarle al crío el problema, porque os aseguro que la situación no tenía ni los más mínimos exigibles de higiene y cordura, además de espacio en la mesa. Menos mal que mis acompañantes, conociéndome, me dijeron que ni se me ocurriera. Lo triste es que la situación, lejos de ser algo puntual, me pareció demasiado habitual por multitud de detalles.

Sin entrar en la polémica de los deberes, no nos cansamos de explicar a los chicos y familias lo importante de tomarse en serio el tiempo de trabajo y sus correspondientes descansos para que sea efectivo, la concentración necesaria y el ambiente a su alrededor. Me cuesta entender la falta de responsabilidad de esta pareja tomándose tan a la ligera las obligaciones de su hijo, entre cerveza y cerveza, entre gritos y risas, echando balones fuera ante su falta de criterio. Claro, luego llegarán los resultados y la culpa… en primer lugar será para el chiquillo, pero después la mayor parte ira para el profesor, pero jamás se mirarán al espejo tratando de vislumbrar en él la imagen de unos progenitores incapaces de reconocer que el hijo es suyo para todo, y que para que vaya progresando y superando etapas de cara a llegar a ser un adulto responsable, ellos deben ser el ejemplo, tratando de marcar un camino para el que no necesitan tampoco muchos saberes, únicamente el sentido común que, como suele decirse, es el menos común de los sentidos. Solo espero que ese niño, con el paso del tiempo, se sirva del ejemplo de otros adultos más coherentes que los que en ese momento tenía a su lado, y hasta igual les puede enseñar él algo más adelante.  

                                                       Javier Lozano, 08 – abril - 2022

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