lunes, 23 de octubre de 2017

Sabor adolescente

Viven el presente, un presente que justo cuando empiezan a saborear ya es pasado y el futuro, ese del que todo el mundo les habla al ver su comportamiento y esa actitud que les destroza el alma en su más absoluta intimidad, queda todavía demasiado lejos como para comprenderlo, enfrentarlo y darle forma en la distancia. Sólo la presión del presente configura su vida, la que viene delimitada únicamente por sus necesidades básicas, totalmente cubiertas por su progenitores en la mayoría de los casos y las emocionales, las que quedan absorbidas por sus iguales, esos “amigos” ante los que deben mostrarse cercanos a pesar muchas veces de no ser como ellos, pero desmerecer, desaparecer de la red tejida por las influencias que gobiernan la pandilla es tan peligroso como lo sería desaparecer de la circulación de las actividades diarias.

Buscan sensaciones extrañamente nuevas ya que no encuentran en la vida cotidiana el regusto de novedad que nos trae cualquier suceso fuera de lo común, y en cambio otras veces, es precisamente lo que todos hacen, lo vanamente repetitivo, lo que les ayuda a sentirse uno más de la manada a la que se deben para poder sobrevivir en la jungla adolescente.

La vida les aprisiona y les demuestra de vez en cuando que no se puede jugar con ella, que todo lo que hacen no sale gratis. Es entonces cuando retroceden víctimas de un miedo que no pueden mostrar ante los demás, es la huida hacia adelante lo que les da sensación de vértigo, de saber vivir, seguramente fuera de sus límites.

Crecen descubriendo el mundo, el mundo concreto de los mayores al que todavía no han accedido tras dejar atrás su sueño infantil, perdiéndose entre dos mundos contrapuestos, entre dos realidades que nada tienen que ver y es entonces cuando utilizan, para abandonar definitivamente la orilla de su niñez transitando hacia no saben muy bien qué realidad, el impulso que en ellos es acción casi desde el momento de nacer.

Su conducta va a saltos, a bandazos, a su ritmo interior. No hay otra autenticidad que la visceral. Por todo ello, necesitan de alguien que les guíe, que les oriente desde la distancia, dejando que vivan su mundo, que les dejemos equivocarse siempre que en ello no les vaya la vida física.

Los adolescentes son así, personas en construcción dentro de una realidad que les es ajena y en un mundo que no ven como suyo y que algún día habitarán como adultos reconociéndose en otros adolescentes que estarán dando sus primeros pasos como ellos los dieron, muchas veces equivocándose para poder aprender de nuevo.


                                               Fco. Javier Lozano - 23 – octubre - 2017

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