domingo, 8 de junio de 2014

A la hora de evaluar


Otra vez ha vuelto a pasar un curso más. Sí, ese que en septiembre parecía interminable y en febrero insufrible, pero todo llega y el verano nos espera ya al otro lado de la esquina.

Todos los años por estas fechas al hacer mi autoevaluación, mi reflexión personal, pongo en la balanza aciertos y errores para comprobar si realmente he conseguido ser el que mis alumnos esperaban, si les he dado lo que ellos necesitaban de verdad para crecer como personas.

Sigo, como siempre, analizando mi labor diaria y más en estos tiempos en que vuelvo a verme rodeado de apuntes, de ideas sobre este mundo apasionante de la educación que contrasté y asimilé en su día, a las que di muchas vueltas para hoy desarrollar mi labor con gusto y por qué no con orgullo.

Ahora, cuando llega la hora de evaluar a mis alumnos, releyendo a Pestalozzi, uno de los grandes de la educación, subrayo que “conviene hacer ver al niño que no hay modo alguno de adquirir un saber básico sin poner esfuerzo por su parte”. Es  cierto que sólo con el esfuerzo, el objetivo alcanzado es valorado en  su justa medida, pero es tan difícil con tanto grupo y tanto alumno valorar muchas cosas que serían importantes...

Generalmente la evaluación se convierte muchas veces en comparar con un estándar y emitir un juicio basado en la comparación. ¿No sería más justo convertirla en un proceso que nos provea de razones para una correcta toma de decisiones?

La evaluación es demasiado importante como para no tener en cuenta las variables que la condicionan, además de la adquisición de conocimientos, tales como el grado de participación, la calidad de las aportaciones, el grado en que se ha facilitado la marcha óptima del grupo, el nivel de trabajo realizado, etc. en definitiva, multitud de ellas que son propiciadoras de aprendizaje y que deben buscar la potenciación de los valores en el alumno.

Siguiendo con Pestalozzi “el hombre no llega a ser hombre sino por la educación”. Nosotros estamos aquí para ayudar a nuestros alumnos a convertirse en hombres y mujeres y, por eso, revestimos su educación de un algo especial, una impronta que marca el estilo de nuestra Escuela y que asombraría al mismísimo Luis Vives que llega a decir en uno de sus últimos “Diálogos” que el hombre se diferencia del perro en su educación e inteligencia. Los alumnos que salen de nuestras aulas se distinguen por algo más. Por eso, sin caer en un fácil y exagerado paidocentrismo, debemos poner todo nuestro interés a la hora de evaluar su proceso de aprendizaje.

                                  Javier Lozano 19 - 05 - 1998


No hay comentarios:

Publicar un comentario