lunes, 17 de junio de 2013

Más ocurrencias de niños... y no tan niños


Hace ya bastante tiempo contaba, bajo el título de “Dosis de ingenuidad”, algunas ocurrencias que determinados alumnos tienen a veces y de las que se sienten tan seguros, tanto que en ocasiones es complicado hacerles bajar del burro de su ignorancia. En estos días de últimos esfuerzos y de cansancio final viene bien echar unas risas.

Esta pasada semana, en clase, un alumno no se encontraba muy bien y vino a decirme que si podía bajar al botiquín. Como siempre hay gente que tiene un radar de los que jamás fallan y tiene que contestar a todo aunque la cosa no vaya con ellos, se oyó una voz que decía… “pues que le den cepamol”. En ese momento, hasta los que no sabían de qué iba la cuestión levantaron sus cabezas para ver qué era aquello que debían darle a su compañero, y los que estaban al tanto de que estaba pachucho para saber qué era ese prodigioso cepamol que iba a poner a tono al alumno que estaba flojillo. Se hizo el silencio porque todos queríamos  descubrir el enigma. En ese momento, el alumno que estaba al lado del que había dicho la palabra mágica nos desasnó a todos al descubrirnos que no existía tan milagroso producto, puesto que había querido referirse a algo tan mundano y conocido como el paracetamol.

Siempre que suceden este tipo de cosas, por asociación de ideas, te vienen a la memoria recuerdos que son desempolvados por las risas producidas. Entre ellos esta vez, y no sé por qué, me vinieron varios que tienen que ver con conversaciones mantenidas con padres o madres, como una vez en que una madre hace ya muchos años, casi en mis principios en este mundo educativo de luces y sombras, preocupada por el rendimiento de su hijo me contaba que el médico le había dicho que le iba a hacer un escarne en la cabeza. La mujer lo decía tan convencida de la necesidad de efectuarlo y no se le notaba preocupada en absoluto. Claro, resultó ser un escáner, por lo que se entendía su falta de preocupación. Tal vez la idea de que algo le pasaba a su hijo, me explicó, le venía de una ecología que le hicieron a su hijo cuando era un alborto y estaba a punto de nacer, refiriéndose a una ecografía en la que había podido ver al feto por primera vez. Bueno, son cosas que pasan.

En cualquier caso, una de las que más gracia me hizo fue la que le ocurrió hace muchos años a un compañero. Era principio de curso y un nuevo grupo de tutoría se encontraba ante él. Lógicamente quería conocerles y pasó un cuestionario en el que poder recoger algunos datos personales que ayudaran a realizar mejor su tarea de acompañamiento como tutor. Cuando en su casa fue repasando los datos para ir tomando sus anotaciones para posteriores entrevistas y demás situaciones, descubrió que el padre de uno de sus alumnos, en su profesión, aparecía como cineasta, con lo que mi compañero pensó encontrarse con algún famoso director de cine que engrosara la lista de directores aragoneses ilustres como el oscense Carlos Saura o el calandino Luis Buñuel. Al día siguiente, nada más entrar a clase, se dirigió al alumno y entabló una pequeña conversación con él, en la que rápidamente salió de dudas. El padre del chico, sin desmerecer para nada al resto de trabajadores del celuloide de todos los tiempos, trabaja en el cine como muy bien su hijo había contestado en aquellos papeles del tutor. Su padre, y muy orgulloso que estaba él como buen hijo suyo, era acomodador en una de las salas legendarias de Zaragoza. El tutor esbozó una leve sonrisa que luego amplió ante nosotros cuando nos lo contaba, pensando en la ingenuidad del joven orgulloso, como debe ser, del trabajo de padre. Tal vez el tutor podría en ese momento haberse tomado un cepamol.

                                               Javier Lozano
                                               16/06/2013

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