martes, 28 de mayo de 2013

Burlando al talento

Un año más el curso va tocando a su fin. Al final vendrán, como tantas veces nos decían cuando éramos adolescentes, las lamentaciones. En estos momentos una maquinaria se empieza a poner en funcionamiento aunque tal vez no sea la más adecuada. Es la hora en que se buscan culpables en vez de analizar fríamente las circunstancias que han llevado a unos resultados que no nos gustan, de reflexionar sobre la forma de trabajar de nuestros hijos y alumnos y del control de su trabajo.

Todos los años, a estas alturas del curso, ocurren las mismas cosas como si la vida quisiera hacer un requiebro a estos alumnos nuestros. Llegan las prisas momentáneas, esas que duran un instante nada más, lo que va desde nuestro aviso y posterior reflexión al siguiente segundo en el que una mosca arrastra con su leve y molesto vuelo todas sus intenciones.

Hace no muchos días me encontraba a un antiguo alumno, Antonio, buena persona donde las haya. Yo salía de clase de matemáticas de un grupo de segundo de la ESO y él esperaba en el pasillo junto a la sala de profesores de mi departamento a la que fue su profesora en el aula taller que le salvó la vida, aquel tiempo que le enseñó a manejarse en un oficio entre máquinas, hierros y soldaduras de no sé cuantos tipos. Al verme me saludó con esa sonrisa amplia y sincera que sólo utilizamos cuando nos encontramos con gente que nos importa y eso me alegró, confirmando mi teoría del trabajo bien hecho en su día, según la cual si nuestros alumnos se acuerdan de algo que les dijimos o hicimos por ellos en aquellos tiempos escolares años después, cuando ya han salido a la vida que se desarrolla fuera de la burbuja de la escuela, es que nuestro trabajo mereció la pena.

Mi antiguo alumno me saludó efusivamente y me hizo las preguntas típicas después de años sin vernos, para posteriormente explicarme el motivo de su visita a nuestra escuela.  Vengo a estudiar -me dijo- lo que no hice cuando era pequeño lo tengo que hacer ahora que para trabajar…   Antonio había llegado a la conclusión que yo trato de inculcar a mis alumnos de la ESO año tras año y me temo que con poco éxito, pues ellos no ven más allá de ese día o de esa semana en esos momentos. A continuación hizo una reflexión como consecuencia de su experiencia tras malgastar años de su adolescencia en secundaria haciendo dibujitos en clase o enviando pequeñas notas a sus compañeros más o menos truculentas y graciosillas. Sin pensarlo más, pero como si llevara meditando mucho tiempo lo que iba a decir, como si esa idea le pesara y la quisiera soltar me dijo… Javier, la ESO tendríamos que hacerla a partir de los veinte años.

La frase de Antonio mostraba a partes iguales arrepentimiento y frustración, aunque al menos reflejaba un sentido de responsabilidad tardía pero todavía aprovechable. Tal vez aquella falta de reacción que no supo activar en su día, hoy pueda convertirse en la chispa que dé más sentido a un futuro incipiente pero oscuro por la situación laboral que le ha llevado de nuevo a las aulas. Este caso es uno de tantos que se nos fueron de las manos, por no saber entre todos los que rodeamos a nuestros hijos y alumnos qué hacer o cómo hacerlo, es como si la inmediatez de la situación hubiera una vez más conseguido burlar al talento de la persona.

                            Javier Lozano

                            28/03/13

1 comentario:

  1. A todos nosotros nos gustaría podernos enviar a nosotros mismos un menssje hacia el pasado... pero como no podemos, intentamos mandarselo a nuestros hijos.

    ResponderEliminar