sábado, 22 de junio de 2024

"Respeto y otras zarandajas"

Hace unos días volví a vivir una de esas situaciones que te hacen pensar. Muchos años educando personas, ayudándolas a entender que el resto de las que están a su alrededor también tienen una vida y que de nosotros puede depender que sea algo mejor en determinados momentos.

Poco más de las nueve de la mañana, me encuentro en urgencias de un gran hospital de Zaragoza, acompañando a una persona que se siente mal. Ya que el ambiente no suele ser muy agradable en esos lugares, ni corto el tiempo de espera, ayer hasta las cinco de la tarde tras cuatro horas para ser atendido, ves a tu alrededor cosas difíciles de entender. Varios carteles de un tamaño considerable por las paredes indican determinadas prohibiciones que, por mucho que nos pese, son necesarias. En una de ellas, un móvil enorme de color azul está tachado con una equis roja, indicando que no se utilice para hablar dentro de la sala.

Son varios los sonidos que se escuchan a mi alrededor, música sin auriculares y otras de vídeos de diferentes redes sociales, que se nota en determinadas caras a las que molestan, probablemente por un posible malestar general o un simple dolor de cabeza que les ha llevado hasta esa sala de urgencias.

En un momento determinado un señor, de unos cincuenta años con poco pelo y barba, a voz en grito habla de cuarenta kilos de lomo que tiene que vender a la empresa R, pero indicando que de momento no hagan nada por determinadas cuestiones de personas y facturas que no nos interesan a los demás y que a él deberían sonrojarle. Momentos después, tres asientos a mi izquierda, una señora muy arreglada, habla con alguien sobre un enfermo, para pasar en segundos a preguntarle por las vacaciones y qué tal les va en un bonito pueblo del Pirineo aragonés y, durante unos minutos de la cama de un hospital se pasa a los imponentes montes pirenaicos. Lo más curioso del asunto es que el de los cuarenta kilos de lomo me mira y sonríe como haciéndome ver lo mal que hace la señora. Lo de él no lo ha visto, claro.

Así discurre la mañana entre músicas, conversaciones y otras zarandajas, que darían para mucho y que tampoco tienen muy en cuenta el tema del respeto a las personas de nuestro entorno en esos lugares. En un momento determinado necesito hacer una llamada, me levanto y le indico a mi acompañado en un tono prudente, pero que puedan oír los dos de los móviles, que vuelvo enseguida que voy a salir a la calle para hablar. Yo creo que sus miradas se dispersan, no por su actitud anterior, sino simplemente porque el egoísmo en esas y otras situaciones hace que vivan solo su vida, esa en la que los de alrededor, estén enfermos o no, poco les importa, su ego les marca el camino.

De todos modos, espero que cada vez, aunque poco a poco, seamos conscientes de estas y otras situaciones y vayamos mejorando la especie. Tantos años entre mi alumnado me hace pensar, con optimismo, que muchos de ellos ya están en ese camino.

                                                Fco. Javier Lozano, 22 - junio -­ 2024


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