miércoles, 27 de octubre de 2021

"Siempre a su lado"

Todos los cursos te encuentras grupos diferentes, pero a la vez muy similares en cuanto estructura social, chicos y chicas callados, otros que no paran, los que no callan ni bajo el agua y multitud de personas, todas ellas totalmente distintas, aunque a la vez idénticas a las que año tras año han ido llenando mis aulas de curso en curso, de asignatura en asignatura y de hora en hora.

Siempre me han preocupado todas y cada una de las personas que se sientan en los pupitres ante mí en las clases por las que voy pasando, pero especialmente mi radar emocional siempre busca a esas que siguen buscando la mosca que no sobrevuela el aula porque su falta de atención les obliga a seguir indagando, a quienes su hiperactividad no les deja parar aunque cada poco tiempo sean conscientes de que sus excesivos movimientos pueden molestar a los que les rodean, llegando a sentirse culpables en cierto modo, a las que nunca hablan y cuyo silencio me preocupa pues no es siempre para atender, sino que puede estar ocultando algo que se encuentre agazapado entre lo más profundo de su corazón y en sus sentimientos, o también esas otras cuya seriedad continua me hace pensar que algo en sus vidas le robó la sonrisa. Seguiría enumerando personas y situaciones porque cada uno somos distinto, pero aun así demasiado iguales y excesivamente vulnerables.

Este curso tengo la suerte de llevar unos grupos de primero de secundaria especiales. No se dan casos de excesivas disrupciones y las clases son muy tranquilas, notándose que tanto ellos como yo estamos a gusto. Esa es la base para que los aprendizajes vayan mejorando y la parte emocional, además de no sufrir, vaya fortaleciéndose día a día, y no solo en la escuela, sino al salir a la calle, en la propia vida, esa que a cada uno nos toca vivir y para la que deben estar preparados.

Desde el primer día me he encontrado a personas que me reciben con una sonrisa sincera, con una educación que hace agradable estar con ellos. Hace unos días llegaron dos chicas nuevas a un grupo cuando ya llevábamos varias semanas de curso. Ambas se integraron en pocas horas, pero especialmente una de ellas se juntó con otra que nunca pierde la sonrisa desde que me ve entrar, y ahora ya son dos, incluso muchos días, sobre todos los viernes vienen a despedirse con su bonita sonrisa y te sueltan alguna cosilla graciosa o cariñosa. Así da gusto incluso pasar por su puerta, porque siempre están dispuestas a regalarme la mejor de sus sonrisas.

Otra de las anécdotas que me han hecho sentir mejor aún ocurrió hace pocos días. Terminaba una clase con un pequeño grupo de chicos y chicas cuando comenzaron a entrar los que tenían clase allí a esa hora con otro profesor. Al verme uno que solo me conoce de vista al dar clase a parte de sus compañeros, me preguntó si iba a ser yo quien diera su próxima clase, a lo que contesté que no pues yo tenía otra en otro lugar. Se calló y agradeció mi respuesta con simpática mueca. Al lado de él, al escucharle, un alumno al que si tengo en matemáticas, me dijo: “No me importaría que nos la dieras. La verdad es que no me importaría que nos dieras todas las signaturas porque contigo la clase es muy divertida. Al día siguiente le di las gracias y le expliqué lo importante que había sido aquello para mí.

Anécdotas como esta, dichas desde la sinceridad de un niño, son las que hacen que creas que vale la pena hacer las cosas así por y con ellos y que, después de muchos años de profesión, si además escuchas a gente ya adulta que pasó por tus clases, al verte o en redes sociales, incluso ya padres y madres de algunos alumnos de este curso, te sientes mejor porque refuerzan la idea de que aquella vocación que te llevó a vivir hoy a su lado y a trabajar por ellos basada en un ideal educativo que hoy sigue vivo en mí, tenía una base y no estaba equivocada. Mereció la pena seguirla hasta el día de hoy.

                                   Fco. Javier Lozano – 24 – octubre - 2021

  

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