Mira
que todos los sabemos. Cuántas horas de estudio en la universidad, en jornadas,
cursos y cursillos, e incluso de abundantes horas de lectura voluntaria
dispuestos a saber, a aprender y a descubrir cómo entender cada vez mejor a
estos jóvenes que tenemos en clase todos los días ante de nosotros. Cuando
crees tenerlo todo atado y bien atado te vuelven a sorprender haciendo saltar
por los aires tantas teorías y buenas intenciones.
Hablas
con él o ella, personalmente, en su sitio o en tu mesa, le explicas un
ejercicio, te escucha y razona como si estuviera en total sintonía contigo,
incluso tal vez has hablado muchas veces en el pasillo o la calle, de su vida,
sus problemas, su fin de semana y hasta te ha contado sus vacaciones. Todo
parece tan normal, como si por fin la vida exterior hubiera conseguido entrar
en su cabeza impregnando de cordura su cerebro adolescente.
Además,
si hay alguien que defienda mejor, con más coherencia y contundencia cualquier
injusticia social y, especialmente las causas perdidas, son ellos, estos
adolescentes que, con esa mezcla de compromiso adulto e ingenuidad infantil, son
capaces de venderle un frigorífico a un esquimal.
Parecen
tenerlo todo para vivir de forma razonable y razonada esta locura que más tarde
es la vida con la que se encuentran un día casi de golpe y porrazo al salir de
la escuela. ¿Qué es lo que hace que en clase, una vez entre sus compañeros se
transforme de tal manera que parezca otro? ¿A dónde fueron las palabras que parecían
escuchar como si le acariciaran el entendimiento? Le hablas entonces y te mira
como si fueras un extraño, salvo en alguna ocasión en la que deja entrever el
principio de una posible y lógica explicación.
El
sentido de pertenencia al grupo es tan importante que le absorbe. Sentirse
integrado es clave para su desarrollo personal y social. Por todo esto debemos
tratar de apoyarle a lograr ese punto intermedio que le ayude a nadar y guardar
la ropa, a saber estar en el grupo con la mayor integración posible pero sin
dejarse arrastrar, porque el peligro que entraña ser engullido sin casi darse
cuenta puede ser letal, consiguiendo desde anular su verdadera personalidad
hasta ser víctima de acoso escolar si los acosadores, que no tienen por qué ser
los líderes, se fijan en él.
Me
preocupa esta época y sus altibajos, esos cambios de escenario que se ven
obligados a realizar para no quedar fuera de juego, para ser distintos sin
dejar de ser iguales, de ser ellos mismos, ese mimetismo con el medio, con el
grupo de iguales que puede resultar muy peligroso si no se sabe gestionar. No
podemos dejar de estar junto a él, desde la distancia pero a su lado, sin dejar
de observar y poniendo a su alcance todas las herramientas posibles que le
permitan asirse a la cuerda que le traiga hacia nosotros cuando pueda
vislumbrar algún peligro especial, y no precisamente los que por cuestiones propias
de la edad se aventura a frecuentar.
Entre
todos debemos seguir con ellos en la corta distancia, cargados de toneladas de paciencia, ayudándoles a crecer, sí, aunque crean ser ya
adultos porque el calendario sigue aumentando sus números, esos que unas
zapatillas nuevas o una tontería del compañero a mitad de clase, e incluso un
simple comentario parece hacer disminuir.
Javier
Lozano, 20 - enero - 2018
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